miércoles, 17 de febrero de 2010

Una cuestión de tiempo

¿Nunca te has preguntado qué pasaría si el tiempo no existiese? No, no me refiero a vivir por siempre ni a la eternidad ni nada por el estilo. Quiero decir simplemente eso, que el tiempo no existiese, que no hubiera pasado, presente ni futuro... Una vez me hablaron de una persona que vivía en ausencia del tiempo, o eso creían los demás. Esta es su historia.

Su nombre no es relevante, ni su procedencia tampoco. Baste decir que nació, creció y murió en lo que podríamos denominar país desarrollado. Su vida desde el punto de vista de los demás fue bastante peculiar: dada su peculiar naturaleza, no pudo asistir con los demás niños al colegio ni más tarde a la universidad, y la mayoría de los tutores que tuvo no supieron tratar bien con su forma de actuar ante las enseñanzas. Aún así, contra toda esperanza de sus familiares, el nivel intelectual del muchacho estaba muy por encima de los estudiantes más avanzados.

Cuando sus tutores lo creyeron oportuno, informaron a sus padres de que no podían enseñarle nada más, y tampoco podían hacer nada por remediar su situación, por lo que les aconsejaron que pusieran al joven a trabajar, con la intención de forzar un entorno más "sociabilizado" y dependiente del trasncurrir del tiempo e intentar fomentar una reacción en el muchacho que le permitiera así comprender y asimilar ese concepto. Todo esfuerzo fue en balde. Tras bailar entre todo tipo de empleos, hubo que renunciar a su capacidad laboral. Así, no quedó más remedio a su familia que acojerlo en casa, como un incapacitado total, un ente que podía desplazarse y valerse por sí mismo en algunas tareas, pero al que su entorno le era ajeno por rachas y al que dirigirse era poco menos que una loteria.

Y los años transcurrieron, y el joven ya no fue tan joven. La muerte de sus padres dejó un vacío en su tutela del cual todos procuraban escurrir el bulto, acabando sus huesos en un asilo, junto a gente mucho más mayor que él. Fue entre estas personas donde pareció reaccionar un poco más: la naturaleza de aquellas personas se asemejaba en parte a su ser: gente con gran cantidad de experiencias a sus hombros, que vivían a matacaballo entre sus recuerdos y el día a día. Los años siguieron transcurriendo, hasta que él fue un anciano más entre los más viejos. Hasta que un día, una última bocanada de aire abandonó su boca, y ni aquellos que compartieron sus últimos años derramaron una lágrima por él.

Quizás pueda parecer una historia triste, pero sólo para aquellos como nosotros atados al tiempo...



Sus recuerdos se entremezclaban sin orden. Su cabeza no era capaz de asimilar una forma de ordenarlos clara y concisa. Podía hablar, era consciente de los ruidos que salían de su boca, de que podía modularlos y formar sonidos que ya estaban en su memoria. Pero, ¿qué eran aquellos sonidos? ¿Para qué los necesitaba? No le preocupaba, no necesitaba hablar. Decidió que debía ordenar de alguna forma todo aquello que se agolpaba en su cabeza, pero no sabía muy bien como hacerlo... ¿Utilizando los nombres de las personas que aparecían en ellos? No, era una tontería, pues no sabía todos los nombres. Optó por deshechar aquellos que no le gustaban. ¿Qué sentido tiene ser consciente de esos recuerdos? Una de las imágenes que más le gustaba evocar era la de su madre, pero tenía un nuevo problema con ello: su madre tan pronto se le aparecía con la cara arrugada y el pelo cano como con la piel tersa y suave como la del melocotón y un hermoso pelo rojizo y ondulado, aunque, eso sí, siempre estaban ahí las pequitas de su nariz que tanta gracía le hacían.

Sin embargo, lo que más detestaba era cuando la gente intentaba enseñarle algo... ¿Es que acaso no se daban cuenta de que él ya sabía aquello que le intentaban enseñar? Siempre había sido consciente de que sabía lo que le estaban enseñando. Tenía el recuerdo de haber rellenado unos impresos que le ponían delante con preguntas absurdamente sencillas y de ver caras de asombro e incredulidad cuando los que fueran sus "tutores" los miraban perplejos ante la correción de las respuestas.

Pero había cosas que le desconcertaban. La más llamativa era que no entendía por qué en ocasiones su cuerpo estaba más desarrollado que en otras. Tan pronto media un metro ochenta como era incapaz de alcanzar el armario de la cocina. O tenía una barba bastante espesa como la cara llena de arrugas.

Había un recuerdo, de todas maneras, al que se aferraba cada vez que podía. Era el recuerdo de una mujer joven. Aquella joven aparecía en su vida en numerosas ocasiones, o al menos el tenía constancia de esos momentos... Momentos en los que ambos se agarraban de la mano y daban paseos hasta un parque cercano, donde se sentaban y ella, con una melodiosa voz le leía hermosas historias. Y aquel momento, sobre todo, en que ella le besó.

Sentía su cuerpo cansado y viejo. Sabía que era aquello, aunque le fuera un concepto difícil de asimilar. Todo el mundo en alguno u otro de sus recuerdos le hablaba de ello. Se acercaba su fín. Pero ¿qué era el fín? ¿Cuál había sido el principio? Durante unos instantes, cuando su corazón decidió dejar de latir, sólo un pensamiento ocupaba toda su mente... ¡qué afortunado había sido al disfrutar durante toda su vida de aquel cálido beso! Una sonrisa y una lágrima fueron los últimos vestigios de vida.



Dedicado a Isa, por el pequeño tirón de orejas de hace unas semanillas por tener olvidado esto. Muchísimas gracias,

Alex


P.D.: Sed buenos conmigo, que sé que no es una maravilla, pero ¡son las 4:00 am! No esperéis que mi cabezota de más de sí jejejeje