martes, 23 de junio de 2009

En la inmensidad del Universo...

Esta será una entrada breve, o eso creo jeje.

Como se puede ver en el lateral de este blog, aparece la "imagen del día" de la NASA. Normalmente suelen ser imágenes de cierto valor artístico y muchas veces de una belleza indescriptible. Pero la fotografía que he visto hoy me ha hecho reflexionar, un poquito al menos, sobre algunas cosas...


Ignoro lo que puede representar para los demás, pero sí que se la sensación que me produce a mí. Parafraseando la mítica película de Kubrik, el Universo "esta lleno de estrellas". Pero hasta en el Universo hay sitio para el vacío. Oh, sí, está claro que entre cada estrella hay una distancia abrumadora, pero desde una estrella en concreto, desde nuestra pequeña roca, vemos el Universo como un todo, plasmado en nuestra diminuta retina. Y encontrarnos con imágenes así no puede por menos que demostrarnos que, hasta aquello que a priori nos parece estar lleno, como son las estrellas en el firmamento en éste caso, tiene un hueco para el vacío y la oscuridad.

Se trata ésta de una de las zonas más frías del Universo, una nube de polvo de tal tamaño y densidad que impide de ninguna manera ver la luz de las estrellas que se encuentran detrás de ella.

Muchas veces, la vida es como mirar a las estrellas, hay zonas que te llenan y te motivan, otras que simplemente están ahí y no te dicen nada, y pasas tu mirada sobre ellas porque sabes que luego vendrán vistas mejores. Pero, de repente, topamos con zonas vacías, frías, completamente opacas, y no sabemos qué hacer. Muchas veces forzamos la vista, intentando apreciar algo, algún detalle que nos revele los secretos que se ocultan allí. Otras apartamos con rapidez la mirada por temor a lo desconocido. Y otras, sin embargo, nuestra mente se queda absorta en la oscuridad, sin tratar de ver más allá, pero incapaz de desviar la atención a otro punto. Observamos lo que la oscuridad nos ofrece, su quietud, su constancia, su misterio y la patente verdad que muestra y a la vez oculta.

¿Por qué tanta cháchara por esta foto? Bien, me encuentro en una etapa de mi vida no desconocida para mi, en la que el futuro se me presenta como un vacío, como una falta de certeza, pero a la vez con una seguridad abrumadora. Mi vida está rodeada de cientos, de miles de momentos que han ayudado de una u otra forma a forjarla tal y como ha sido y es. Y sin embargo, como si hubiera una cortina opaca delante, qué será de ella se me antoja algo vanal, abstraido por los acontecimientos que rodean mi vida actual. ¿Qué importancia tiene el futuro cuando no puedes comprender el presente?

Espero poder resolver pronto esta disquisición, poder apartar la vista de la nube de polvo y continuar viendo brillar el firmamento a mi alrededor...

jueves, 4 de junio de 2009

... y conclusión

Bueno, aquí dejo la última parte del relato. He de ser sincero y he de decir que he cambiado el final drásticamente, pues en el final original me había desviado de la historia más de lo que yo quería hacia lugares que no debían visitarse. También he de decir que esta última parte es quizás un poco más larga que las anteriores, pues no quería postponer más el desenlace (cruzo los dedos para que no se os haga demasiado larga).

Espero sin embargo que la última parte os guste, aunque sea un poquito.

Muchas gracias a tod@s los que habéis leído este relato, y a tod@s los que lo habéis intentado al menos (aunque luego no os gustara) también.

Alex.




A penas una hora había transcurrido desde que partiera de la casa del doctor. Durante ese tiempo, su cabeza había estado completamente embotada por la cantidad y transcendencia de las cosas que le habían sucedido desde que, con el comienzo de la oscuridad de la noche, buscara reposo en aquella hondonada. Su paso, rápido y firme, le llevaba ahora hacia los distantes montes del norte, lugar que muchos considerarían poco apropiado para un joven labriego como él. Dos colinas más adelante de donde se encontraba comenzaba la linde del Gran Bosque, como era conocido en aquella comarca. La espesura del bosque allí no era muy notable, siendo para cualquier forastero poco más que el comienzo de un pinar quizás un poco más extenso de lo normal. Pero la verdad es que a medida que se avanzaba por sus lindes hacia los montes, se podía observar como el espacio entre los árboles se iba reduciendo, y en muchos lugares hasta ese espacio estaba ocupado por otras plantas y matorrales. Del corazón del mismo, muy pocos habían vuelto para contar cómo era. La idea de tener que viajar al lado del bosque le empezó a crear cierto temor y dudas sobre si debía o no continuar, por lo que creyó conveniente distraer su mente con otras cosas. Lo primero que se le ocurrió era preguntarse cómo iba a encontrar a ese hombre si nadie le podía indicar dónde se encontraba con exactitud, pues entre sus cualidades una de las que menos destacaba era la de encontrar cosas, y menos aún persona (quizás por aquella razón siempre había odiado jugar al escondite con los demás niños cuando era más pequeño). No le quedaba más remedio que confiar en que la suerte estaría de su lado y se toparía con él antes o después. Pero… ¿cómo iba a saber quién era si se lo encontraba? ¡No sabía qué aspecto tenía! Aquella reflexión le heló por un momento el corazón, hasta el punto en que detuvo por completo su paso. Se dirigía hacia lugares extraños en busca de alguien totalmente desconocido. Todo esto le estaba sobrepasando por momentos, así que resolvió tomar un descanso y tomar un poco del pan y el queso que le había dado tan amablemente el doctor. Después de todo, no había probado bocado desde que comiera al mediodía. Con el estomago ocupado, los agobios habían parecido mitigarse y reanudó su camino con el ánimo más alegre.

El fresco viento del norte había ido aumentando poco a poco a medida que había avanzado la noche, a la par que había traído consigo oscuras nubes que habían cubierto ya casi la totalidad del cielo, hasta el punto en que al tapar por completo la luna, no podía avanzar sin tropezarse una y otra vez con las piedras y raíces del camino. El doctor, al hacer su rápido petate, no había caído en la cuenta de añadir alguna suerte de lámpara, vela o antorcha con la que poder iluminar por donde andaba. Aprovechando un claro entre las nubes, buscó desesperadamente alguna rama más o menos gruesa a la que pudiera atarle un trozo de su camisa y algún hierbajo seco para hacer una antorcha con la que, al menos, poder buscar refugio y pasar lo que quedaba de noche para retomar el camino a la mañana siguiente, ya con la luz del nuevo día. Pero su búsqueda fue infructuosa. El claro entre las nubes fue tan fugaz como su idea de buscar una antorcha. En un gesto de hastío echó sus manos al cinto cuando notó la presencia de la bolsa que pendía de éste. Y si… ¡Por qué no! En un gesto rápido desató la bolsa del cinto y la sostuvo sobre su mano izquierda. Con un movimiento ágil deshizo el delicado nudo que hacía que esta se mantuviera cerrada y la abrió, dejando a sí libre su contenido. Rápidamente la claridad que aquel ser emitía inundó los alrededores, como si de un claro día de verano se tratara. Sabía que aquello que estaba haciendo era arriesgado, pues el médico le había dicho que nadie debía ver aquella luz, pero no le quedaba más remedio que hacerlo si quería seguir avanzando o buscar refugio. De todos modos, ¿quién iba a estar a aquellas intempestivas horas en aquel recóndito lugar tan lejos de la aldea? Aún estaba esta pregunta en su mente cuando percibió una silueta moverse entre los árboles del bosque. Giró la cabeza e intentó aguzar sus sentidos para intentar localizar e identificar aquella silueta, pero no lo consiguió. Con la vista aún clavada donde notara la misteriosa forma unos instantes antes, pudo oír cómo varias ramas crujían por el avance de algo un poco más atrás. El miedo volvía de nuevo a invadir poco a poco su cuerpo.

Muchas historias había oído desde muy niño sobre extraños seres y monstruos que habitaban aquel bosque, pero puesto que nadie nunca había podido capturar a ninguno, nunca les había dado demasiado crédito, y a medida que había ido creciendo, cada vez menos. Hasta ese mismo instante. Todo el miedo que no había sentido en aquellos años empezaba a recorrer y apoderarse de él. Empezó a apretar el paso, nunca sin dejar de mirar en la medida que el camino se lo permitía lo que iba dejando atrás, deseando que no viera nada detrás de él persiguiéndolo. Antes de que se diera cuenta, estaba corriendo lo más rápido que sus piernas le permitían. Pero, cuando el temor en su corazón no podía ser ya mayor, algo maravilloso sucedió. Un extraño calor empezó a subir desde la mano su mano izquierda. La luz a su alrededor empezó a aumentar aún más, hasta el punto en que los colores de los árboles y de la tierra parecían por igual de un blanco impoluto y ninguna sombra se dibujaba sobre ellos. Paró su carrera en seco, extrañado por la creciente sensación que ya había alcanzado su hombro y seguía abriéndose camino por el resto de su cuerpo. Los ruidos que le perseguían cedieron tan pronto como él paró, y aquello que los causara comenzó a alejarse, o al menos eso parecía por los nuevos ruidos cada vez más remotos. Cuando el calor llegó a su corazón, un susurro atravesó su mente. “No temas, pues mientras esté contigo, nada malo ha de pasarte, al igual que mientras estés conmigo, nada malo ha de pasarme a mí.” ¿De dónde provenía esa voz que se le había metido en la cabeza?¿Quién era quien así le hablaba? Por más que miró a uno y otro lado, nadie había junto a él para susurrarle. “No busques más, pues estoy aquí, delante de ti, sobre tu mano.” No, aquello no era posible, ¡era una luz no podía, no debía hablar! “Debemos continuar el camino, más adelante comprenderás. Pero ahora debemos continuar.” Aquello sí que sobrepasaba todo aquello que hubiera podido imaginar. Sabía desde el primer momento que aquel ser jamás le haría daño, no muy bien cómo pero lo sabía. Así, depositando toda su confianza en aquellas palabras, se decidió a retomar de nuevo la marcha, de nuevo todo lo rápido que su andar y el creciente cansancio le permitieron.

Las nubes empezaron a desaparecer rumbo al sur, dejando ver de nuevo el cielo nocturno. Gracias a esto pudo saber que llevaba prácticamente toda la noche andando y no debían quedar más de una o dos horas para que el sol apareciera por el horizonte, aunque teniendo en cuenta que él se desplazaba con el bosque a su derecha, pasarían un par de horas más hasta que pudiera calentarse a su luz. Los montes que antes se encontraban en la lejanía estaban ya delante de él. Nunca con anterioridad había estado tan cerca de ellos. Siempre le habían parecido montículos verdosos en la lejanía. Ahora, más cerca de ellos, podía apreciar incluso al contraste con el horizonte de la noche, que era la espesura del bosque que los cubría lo que les daba aquella tonalidad verdosa. El bosque que hasta ahora había bordeado comenzaba a dibujar su frontera hacia el oeste, marcando así el comienzo del primer monte. Paró unos instantes para sopesar qué camino debía tomar ahora, si seguir bordeando el bosque, o bien internarse a través de él hasta la cima del monte y poder ver lo que se extendía más allá de éste.

Ensimismado en esta cuestión no se percató de que alguien se había acercado hasta donde él estaba. “Buenas noches, jovencito” Sobresaltado, se giró quedando frente al hombre que le había saludado. “No temas, no te voy a hacer nada” – le dijo mientras una cálida sonrisa se dibujaba en sus labios. Ante él se encontraba un hombre ya entrado en años, que apoyaba sus pasos en un cayado grueso, aunque no parecía que le hiciera mucha falta esa ayuda. Los rasgos de aquel hombre le resultaban conocidos, aunque no sabía por qué. “Extraña luz esa que ilumina tu camino, jovencito, ¿qué es?” ¡La luz! ¡Había sido muy descuidado! El doctor le había avisado de que nadie debía verla si no quería meterse en problemas, y ahí se encontraba él, frente a aquel extraño, exhibiendo aquél ser en todo su esplendor. ¡Estúpido! El hombre se percató de la incomodidad del muchacho.
–Ja, ja, no te preocupes, muchacho, no voy a arrebatártela ni a tacharte de usar artes oscuras ni nada parecido. Es más, creo que sé yo más de esa luz que tú mismo.
–¿En serio? El doctor me dijo que debía ir hacia el norte, que sólo allí encontraría a alguien que me pudiera ayudar.
–¡Ah, el doctor! ¿Aún sigue por la aldea ese rufián? Me debe todavía unos cuantos favores, je, je. Quizás le vaya a visitar un día de estos, antes del solsticio, ya veremos…
–¿Le conocéis?
–¿Qué si le conozco? ¡Pues claro! ¿Quién te crees que le enseñó todo lo que sabe sobre la gente de tu aldea y los males que les suelen acuciar? Sólo los achaques de la viuda del panadero le habrían vuelto loco si no le hubiera puesto sobre aviso. – Una expresión de satisfacción y jocosidad llenó su rostro. – Y por supuesto que te conozco a ti, aunque hace muchos años que no te veía, sí, demasiados años seguramente. Y también sé lo que te ha traído hasta aquí. Lo supe en cuanto vi desde lo alto de aquel monte la luz que te acompaña recorriendo la linde del bosque en esta dirección. Por eso he bajado a tu encuentro.
–Entonces sois vos de quien me habló el doctor…
–¡Claro que soy yo! ¿Quién esperabas que fuera si no en un lugar como éste y a éstas horas? ¿Sabes qué es lo que llevas ahí? –dijo el viejo señalando con su bastón hacia su mano izquierda. Hasta ese momento no se había percatado de que continuaba con aquel ser en su mano. – No, claro que no lo sabes… En la escuela si es que llegaste a ir no os enseñan esas cosas, y los cuentos y leyendas de antaño ya se han perdido en el olvido. Nada es como era ya antes…–afirmó con una buena dosis de nostalgia en el tono de su voz. –Eso, muchacho, es algo maravilloso. ¿Ves aquél grupo de estrellas?
–¿La constelación de Draco?
–¡La constelación de Draco! ¡Paparruchas! Cuanto mal han hecho las fábulas de otras culturas. No, eso que tú llamas tan alegremente la constelación de Draco es mucho más que un cuento. Allí, entre aquellas estrellas moran los seres más maravillosos del universo. Viven allí, observando a los hombres en su deambular por el mundo, a la espera de que una pareja demuestre ser merecedor de ellas, y cuando es así, descienden hasta nuestro mundo y se funde con los dos para iluminar con su luz la vida de ambos. Por desgracia, no siempre aciertan en sus observaciones, y es en ese momento cuando la luz de las estrellas en el firmamento pierde un poco de su luz. Pero otras veces dan de pleno, y la luz que transmiten a los hombres se ve incrementada por la felicidad de estos, y puede volver a elevarse hasta el firmamento de donde procede, llevándose consigo parte del amor del que ella ha sido testigo, supliendo con creces la desaparición de una de sus compañeras. Es en esas ocasiones cuando las estrellas brillan con más fuerza en el firmamento, llegando en ocasiones a ser posible verlas incluso por el día.
–Pero si eso es cierto, ¿qué hace ella aquí?
–¿Aún no lo has entendido? Es lo que hay en tu corazón lo que ha hecho que ella descienda para compartirlo contigo, sin necesidad de nadie más. Tú y sólo tú eres la razón de que haya bajado hasta aquí para conocerte y poder llevarse algo de lo que late en tu interior consigo. Pero ella no puede sobrevivir aquí sin más, su luz acabaría perdiéndose con el pasar de los días o acabaría consumiendo tu propio corazón. Y eso es algo que no debe suceder. Has de ayudarla a regresar a su sitio.
–Entiendo…–y en ese instante, cuando fue consciente de que pronto debería decir adiós a aquella luz, un escalofrío y una sensación de amargura recorrió su cuerpo.
–Sé que no te va a resultar fácil, muchacho. A ella tampoco, te lo aseguro, pero ha de ser así. Debes encaminarte hacia el monte más alto cubierto por este bosque. Es en su cima donde todo ha de ocurrir.
–¿He de partir ya para allí?
–Me temo que sí, muchacho. Me gustaría decir que aún dispones de tiempo, pero no quiero engañarte. Has de llegar antes de que la próxima luna nueva pase. Si no lo haces, será demasiado tarde. Avanza por la noche todo lo que puedas y descansa por el día, así evitaras, al amparo de la luz de esta estrella en la tierra, que ningún ser os cause mal alguno. Ahora parte. Cuando acabes con tu cometido, seguramente me encuentres de nuevo.
El joven bajó la cabeza y contempló el ser que se posaba sobre su mano y, tras observarlo unos instantes, lo acercó contra su pecho, sintiendo de nuevo que su calor le invadía de nuevo. “Así lo haré”

Dos días habían pasado desde su encuentro con aquel hombre, y ahora se encontraba allí, con aquella luz que había colmado su ser ante él. De sus ojos comenzaron a brotar más lágrimas, a pesar de que no deseaba que nada empañara su vista. Un susurro le llegó junto al viento. “No sufras, pues si bien parte de ti se irá conmigo, no debes dudar que parte de mi se quedará contigo. Y algún día, quizás antes de lo que imaginas, volveré.” Sus lágrimas no podían distinguirse de la lluvia que caía sobre su rostro. “Lo sé.” No hacía falta añadir nada más. El muchacho cerró sus ojos y alzó al cielo sus manos juntas. Deseó con todo su corazón que la luz pudiera volver allí de donde procedía, permitiéndole a él viajar a su lado en cierto modo, pues una parte suya iría con ella. La luz empezó a elevarse lentamente sobre sus manos. Cuando se hallaba a cierta distancia de aquella cima, comenzó a brillar como nunca antes lo había hecho. La lluvia cesó de repente y las nubes que cubrían el cielo se dispersaron casi al mismo tiempo. Un cielo lleno de estrellas se mostraba ahora ante el joven, pero la luz sobre la cima impedía que pudiera fijarse en ninguna de ellas. “Hasta pronto…” Y dejando tras de sí una fina estela luminosa, la luz ascendió por el cielo con rapidez hacia la constelación de Draco. Cuando el muchacho creía que había desaparecido en la lejanía, algo que jamás olvidaría sucedió: todas y cada una de las estrellas de la constelación brillaron con más intensidad, dando forma a lo que seguramente vieron los sabios en la antigüedad.

Desde ese día, siempre que el muchacho sentía que su ánimo caía, le bastaba con mirar hacia el firmamento para que la esperanza de algo mejor colmara su alma y una calidez especial y única regresara a su corazón. Y aún hoy, en las noches más claras, se le puede veren lo alto de las lomas, apartado de la luz de la aldea, contemplando las estrellas mientras lágrimas de felicidad recorren su rostro.


Fin

domingo, 31 de mayo de 2009

Capítulo tres

Bueno, a petición popular (jejeje) pongo la tercera parte del relato, que ya casi parece un cuento corto por su extensión xD

¡Sed buenos con el escritor, que no tiene culpa de nada!

Gracias por estar ahí y darme aliento para continuar. Siempre estaréis en mi corazón.

Alex






Pasó la siguiente hora totalmente absorto contemplando aquella luz, sin pensar en nada, sólo disfrutando de aquel instante en aquella hondonada, sin nadie que les molestara. Pero llegó el momento en que el presente volvió a su mente. Antes o después tendría que volver a casa, pero ¿qué pasaría con aquella luz? Quizás podría ocultarla en alguna lámpara, pero no sería apropiado para la luz. ¿Guardarla en una caja? ¡Sería como encarcelarla! No, debía encontrar una solución. Decidió que debía meditar más sobre qué hacer, y que desde luego, fuera cual fuera su decisión, no podría tomarla allí, así que buscó en su cinto por una bolsa en la que normalmente guardaba las pocas monedas que conseguía y que ahora mismo estaba vacía, la desenganchó y la abrió lo máximo que pudo, hasta casi romper su abertura. “Permíteme que te oculte aquí, hermosa luz, pues dudo mucho que nadie que te vea pueda por menos que huir atemorizada ante tu claridad en la noche, creyendo por error encontrarse ante un ser de la noche. Y hadas y duendes no están muy bien vistos, me temo.” Con toda la delicadeza de la que fue capaz, dejó caer a la fuente de la claridad en la bolsita, tras lo cual la cerró, pero no del todo, sólo lo suficiente como para que ningún brillo escapara y llamara de manera desafortunada la atención de nadie. “Espero que no te pase nada ahí dentro.” Aseguró la bolsa de nuevo al cinto y, sin nada más que recoger, emprendió el viaje de regreso al pueblo.

El camino era aún largo, y tendría mucho tiempo para pensar antes de llegar a su casa. ¿Qué podría hacer? En la aldea donde vivía era un sitio bastante sencillo. Carecía de escuela y qué decir de librería o algún otro lugar donde consultar. Quienes querían y podían estudiar debían desplazarse lejos, a la gran ciudad, a muchos kilómetros de allí, para intentar acceder a alguno de esos maravillosos lugares donde formaban a médicos, magistrados y otras personas de saber. No, la humildad de su familia no le podía costear algo así. Y en el fondo tampoco lo deseaba. Si bien la labor en el campo le resultaba tan dura como a cualquier otro, no le era desagradable. A demás, le permitía disfrutar de la claridad del campo en noches como aquella, y de la calmada soledad de los caminos que conducían a los montes y, más allá, a su pueblo. Si hubiera nacido con el don de la creatividad, seguramente habría sido un gran artista, en cualquiera de sus ramas, pero no fue así. Era un soñador, dotado de una gran imaginación que le permitía viajar más allá de los límites de las tierras que conocía, visitar otros reinos y vivir grandes aventuras que, por desgracia para él, jamás llegarían a hacerse realidad. Porque todo aquello que tenía de imaginación, él creía tenerlo también de realista, negándose a sí mismo una vida distinta de la que llevaba y de la que todo el mundo le decía que debía ser. Por esa razón, sólo se permitía soñar en aquellas noches, lejos de la realidad a la que estaba atado, lejos de cualquier vestigio de lo que era su vida.

La aldea era pequeña, demasiado quizás, pero aún así contaba con un médico, una persona muy sabia según había oído a sus mayores. Contaban que una vez curó a toda una comarca de un mal que adolecían todos los que en ella vivían, y que si no hubiera sido por su saber, seguramente todos ellos estarían muertos. No estaba seguro de qué es lo que hacía una persona con aquellos conocimientos en un pueblecito tan pequeño, pero agradecía que fuera de ese modo, pues gracias a él, su madre había conseguido sobrevivir al nacimiento de su pequeña hermana. Aún así, las malas lenguas y los envidiosos murmuraban que se había negado a asistir a un joven noble a curar su mal y que por aquella razón había sido expulsado de la gran ciudad. Sí, parecía buena idea preguntarle qué debía hacer con aquella luz.

Así, decidió poner rumbo a la casa del médico. Esta se encontraba a las afueras de la aldea, a poco más de un kilómetro de ella, en una pequeña colina desde la cual se podía contemplar toda la extensión del resto de las casas que la componían. Aligeró lo que pudo el paso, pues quería mostrarle cuanto antes la luz y así saber cuanto antes qué hacer. Tras poco más de media hora de zancadas, llegó a la ladera de la colina. Pudo ver que había luz en las ventanas de la casa, señal de que el médico se encontraba en casa y, por suerte, despierto. Resuelto, se dirigió a la entrada y golpeo tímidamente la puerta. El médico le imponía un gran respeto. Justo cuando se proponía llamar más fuerte a la puerta, ésta se abrió ante él y una figura de mediana estatura apareció ante él. Al estar a contraluz le costó un poco reconocerla, pero pronto se dio cuenta de que era a quien buscaba.

–¿Qué haces por aquí a estas horas? ¿Le ocurre algo a tu familia?
–No, señor, todos están bien. Es otra cosa…
– Hmmm, nada grave espero. Estás sudando, con éste viento. Pasa y siéntate junto al fogón, no querrás ponerte enfermo. – El médico cedió el paso al joven, que no dudó en hacer caso a las instrucciones del médico. – Y bien, ¿qué es lo que te trae hasta aquí entonces? – dijo el médico mientras cerraba la puerta.
–Veréis, doctor, sois la persona más culta que conozco, y pensé que quizás me podrías ayudar con algo que encontré esta noche. Pero quizás debieras apagar las luces para poder contemplarla mejor…
–Me intrigas. Te conozco desde que no levantabas poco más de medio metro del suelo y sé que no me tomarías el pelo. Está bien, veamos qué es lo que traes contigo.

El médico se acercó a las dos lámparas de aceite que iluminaban la habitación y bajó todo lo que pudo la llama del fogón sin permitir que ésta se apagara, tras lo cual se sentó enfrente del muchacho. “Bien, ya ésta, ¿qué es lo que tengo que ver?” El muchacho soltó de su cinto la bolsa y la depositó con cuidado sobre la mesa que había entre él y el médico, sujetó el cordón y deshizo el pobre nudo que la cerraba. Una débil luz empezó a escapar por entre los pliegues de la boca de la bolsa. “Pero qué…” El muchacho abrió del todo la bolsa, y la luz surgió ahora como una tromba imposible de parar, iluminando todo el techo que había sobre ella. Los ojos del médico estaban ya abiertos como platos, casi tanto como su boca. El joven terminó de abrir la bolsa y liberó en su totalidad a la luz. Toda la habitación disfrutaba ahora de la claridad que antes había inundado el claro en la hondonada. La fuente de la luz reposaba flotando a menos de un dedo por encima de la superficie vacía de la bolsa. El médico esta estupefacto, tardando unos instantes en reaccionar. Miró atónito al joven a la par que señalaba la luz. Intentó pronunciar unas palabras, pero no pudo más que emitir extraños gruñidos. Volvió su vista de nuevo a la centella sobre su mesa. Acercó su cabeza, intentado como hiciera antes el muchacho distinguir forma alguna, sin mayor éxito del que obtuvo antes el joven. Sacudió su cabeza mientras se llevaba las manos a la boca. Miró de nuevo al chico y se frotó los ojos, como si así pudiera aclarar su vista o eliminar algo que tuviera en ellos y que le hiciera ver lo que no podía ser. Pero al retirar sus dedos todo seguía igual.

–¿Qu-qué es esto que traes ante mi? ¿Qué artilugio o prodigio es éste?
–Lo encontré en la hondonada, en los campos del este, señor, bueno, de hecho, ella me encontró a mí mientras estaba allí tumbado. ¿Sabéis lo que es?
–¿Que si sé…? Hijo, es la primera vez que veo algo así. Es más, dudo mucho que nadie lo haya visto antes. Es algo extraordinario, es tan… brillante, y sin embargo no emite más calor del que pudiera parecer agradable a la piel más delicada. Es fantástico.
–Entonces ¿no me podéis ayudar? No sé qué debo hacer con ella.
–No, esto me supera, pero hay una persona que sabe más de estas cosas que yo. Tú le conoces, aunque es posible que no lo recuerdes. Eras demasiado joven cuando te topaste con él. Vive en los montes, al norte, o al menos eso dicen, aunque dudo mucho que nadie sepa indicarte exactamente dónde. Una cosa sí que te puedo decir, y es que no se la muestres a nadie en el pueblo, ni siquiera al consejo de sabios, pues la gente aquí es muy temerosa de este tipo de cosas, y es muy fácil que se deshagan de este prodigio y que tomaran represalias contra ti y tu familia. No, has de partir, y cuanto antes. Guarda la luz y ve a la cocina, yo buscaré mi petate para que puedas guardar ahí todo lo necesario.
–Pero mi familia… mi trabajo en el campo…– murmuró el joven mientras guardaba la luz de nuevo en la bolsa.
–No te preocupes por ellos, ya me encargaré yo de todo. Para ellos habrás partido para hacerme a mí un recado muy urgente e importante, ya me encargaré de que no tomen luego represalias contra ti. ¿Sabes si necesita algo para… comer o lo que sea que haga?
–Pues la verdad es que no. Tengo la vaga sensación de que sólo necesita cierta oscuridad para poder brillar, pero ignoro si necesita alimentarse.
–Bueno, supongo que lo averiguaras sobre la marcha. Toma aquí tienes el petate. He guardado en él una pequeña manta con la que podrás abrigarte y unas ropas limpias para que puedas cambiarte de vez en cuando. No te preocupes, sé que lo cuidarás lo mejor que puedas. Ahora coge de ese armario un par de longanizas, el trozo de queso que hay y una pieza de pan. Estará un poco duro, pero es lo único que puedo darte ahora mismo. Ten, guarda también esta bota. La he llenado con agua, no te hagas ilusiones, eres demasiado joven para disfrutar de la manera adecuada del vino. ¿Ya lo tienes todo? – El joven sólo pudo mover la cabeza de manera afirmativa – Bien, pues ha llegado la hora de que te vayas. Has de partir esta misma noche, no puedes esperar a que salga el sol. Recuerda, has de ir a los montes del norte. Dudo mucho que te encuentres con nadie de camino. Ten sobre todo cuidado cuando estés cerca de las lindes del bosque, ya sabes que hay bastantes animales salvajes morándolo, y no queremos que te encuentres con ellos.

El médico se dirigió hacia la puerta, abriéndola con presteza. “Parte ya, muchacho, vamos, no es hora de hacerse el remolón.” El muchacho aún no se creía lo que estaba pasando. Hacía poco más de media hora que había llegado a la casa del médico y ahora la abandonaba camino al norte, no a su casa, en una misión que aún no había terminado de comprender y con la sensación de que le faltaban cosas en su apresurado petate. Comenzó el descenso de la colina por su lado norte cuando oyó un quejido a su espalda “¡Ay, maldita butaca!” Y las luces de las lámparas volvieron a verse a través de las ventanas de la casa del médico.

Continuará...

martes, 26 de mayo de 2009

Segunda parte

Lo prometido es deuda. He aquí la segunda parte del relato que puse hace unos días. Espero que os guste,

Alex




Fue hace no mucho cuando aquel muchacho encontró aquél fantástico ser, si es que de un ser se trataba. Se encontraba de camino a su hogar tras una dura jornada de trabajo en el campo. La noche comenzaba a asomar oscureciendo ya gran parte del cielo cuando aún se encontraba lejos de su casa. Sólo él se encontraba en aquel camino cuando decidió hacer un descanso y, aprovechando que al día siguiente no tendría que volver a la labor, disfrutar de la belleza que las noches de verano de aquel lugar ofrecían. Con tal fin se alejó del camino y se tumbó bajo un árbol a descansar. La luna brilla creciente en el cielo, pudiendo apreciarse su parcial esplendor reflejado en unas pequeñas lagunas que había a lo largo del campo. La visión de aquella maravilla siempre le relajaba. Sus ojos empezaban a cerrarse. De pronto, continuas ondulaciones empezaron a formarse en el agua. Un frío viento del norte se estaba levantando. Las ropas sudadas durante todo el día eran livianas y a duras penas le protegían de aquel frescor que comenzaba a levantarse, así que decidió buscar un sitio un poco más resguardado para descansar.

No muy lejos de donde se encontraba existía una pequeña hondonada rodeada de árboles no muy altos, lo suficiente como para cortar el viento y permitir usar aquel espacio como refugio, pero no impedir contemplar el firmamento tal y como él deseaba. La tierra estaba cubierta por un espeso manto de hierba, por lo que al recostarse sobre el suelo notó una placentera comodidad. Con la cabeza apoyada sobre sus manos, volvió su vista hacia las estrellas. La cantidad de puntos brillantes en la oscuridad de la noche era ahora mayor, pudiéndose apreciar con gran facilidad las distintas constelaciones de aquel mes veraniego, si bien su atención se centraba siempre en una de ellas. Trece estrellas formaban el cuerpo de ésta, si bien muchas estrellas menores estaban encerradas en la imagen formada siglos atrás por los antiguos sabios, trece estrellas que conformaban la constelación de Draco. No había una explicación lógica para aquella predilección. No era ni la más brillante, ni la más hermosa de entre todas. Simplemente había algo en la mitología de su creación que le atraía. En ella, el dragón Ladón era el guardián del jardín de las Hespérides, donde encontró muerte a manos de Hércules cuando este fue allí a robar el fruto del árbol de Gaia. Hera, sintiendo la gran pérdida de su fiel guardián envió el cuerpo de éste al cielo, alrededor del polo norte. Desde entonces, todos los dragones del mundo, desean poder seguir el ejemplo de Ladón y ganarse el favor de los dioses para que éstos les concedan un lugar junto a él entre las estrellas. Era este sueño, esta esperanza de un bien superior posterior, lo que le animaba y permitía seguir con el cotidiano día a día.

Con esa imagen en la cabeza se le entrecerraron los ojos, cayendo en un leve letargo. Sueños de fantasía y seres mitológicos se cruzaban por su mente cuando súbitamente se despertó. No fue un sobresalto, simplemente abrió los ojos y tomó conciencia de nuevo de quién era y dónde estaba. Suspiró de manera profunda por el pasajero sentimiento de pena que atravesó su corazón y volvió de nuevo su vista hacia las estrellas. Pero… algo era distinto. Había una luz que no le era familiar entre las estrellas de Draco, y no sólo eso… ¡Se movía! Aquella pequeña luz se movía por entre sus congéneres de manera lenta y aleatoria, sin seguir un rumbo fijo, como si de un copo de nieve que cayera lentamente se tratara. Y como tal fue acercándose más y más hasta donde él estaba.

No podía salir de su asombro al ver lo que estaba sucediendo. Aquella luz estaba cada vez más cerca, pero no aumentaba su tamaño, ni su luz se hacía tampoco más intensa. No pudo menos que incorporarse, como si con ello consiguiera una mejor posición para observarlo todo. Frotó con energía sus ojos, intentando borrar de ellos lo que no podía por menos pensar era un espejismo. La luz estaba ya cerca. Alzó sus manos hacia la luz para recogerla en su caída. Poco antes de que se posara en ellas, notó el tibio calor que ésta despedía. Con ella ya sobre sus palmas, bajo sus manos hasta la altura de sus ojos para contemplar aquel fenómeno. Instintivamente cerró los ojos, pensando que se quemarían ante una luz cegadora como sería la propia de una estrella, pero abrió los párpados un poco y pudo comprobar que nada más lejos de la realidad. La luz que emitía, si bien tremendamente clara, no era en absoluto molesta, y menos aún dolorosa. Intentó apreciar alguna forma o contorno, tratando de discernir que era aquello que estaba entre sus manos. No fue capaz, por mucho que forzó su vista, de ver silueta alguna, ni el más mínimo resquicio.

Sin embargo, algo le impulsó a acercar la luz a su corazón, contra su pecho. Y fue en ese mismo instante cuando conoció la verdadera naturaleza de aquella luz, cuando el tibio calor que sentía en sus manos se transformó en una ardiente pasión en su corazón. La luz desapareció dentro él, haciendo que hasta la última célula de su cuerpo despidiera ahora ese calor. Su cuerpo empezó a emitir un leve destello, como si aquella luz y él mismo fueran ahora un único ser. Y en parte así era. Envuelto en aquella nueva sensación, no pudo más que dejarse llevar, cerró sus ojos y echó su cabeza hacia atrás, intentando sentir de la forma más completa lo que le estaba pasando, apartando el resto de sus sentidos del mundo que le rodeaba. Aquello no duró más que unos segundos, pero para él fue toda una vida. Exhaló el aire que aún contenían sus pulmones, momento en el cual la luz volvió a aparecer por su pecho, si bien la sensación de calidez no le abandonó. Abrió los ojos y contempló de nuevo la luz, que estaba deslizándose lentamente hacia el suelo. La recogió entre sus manos otra vez. Su luz ahora no era tan intensa, pero aún así le seguía resultando imposible distinguir forma alguna. Aunque ya eso daba igual.

Continuará...

miércoles, 20 de mayo de 2009

Sin título

Hace ya poco más de un mes de la última entrada en este blog. La dejadez tiene su explicación, aunque no es este el momento para explicarla.

Esta noche he querido retomarlo publicando lo que podría denominarse como la primera parte de una historia, un relato corto, no sé si inacabado aún, aunque no pongo hoy todo lo que escribí del mismo. Espero que quienes lo leáis, lo disfrutéis.

Gracias por vuestra paciencia,

Alex




La noche era oscura, y no sólo por la luna nueva. Densas nubes cubrían casi por completo el cielo nocturno, no dejando ver más que la luz de alguna que otra estrella. El frío viento del norte no era más que otra señal del crudo invierno que se avecinaba. Nada se podía ver en el horizonte desde la más alta de las colinas del lugar, nada salvo una pequeña luz que se escapaba a la densidad de los bosques que cubrían aquel deshabitado paraje. Aquella luz provenía de una pequeña hoguera hecha en uno de los pocos claros que se podían encontrar en el bosque. Alimentada por pequeñas ramas amontonadas de manera un tanto precaria, aún seguiría dando luz y algo de calor durante un par de horas más, lo justo para que la luz del nuevo día empezara a abrirse paso en el horizonte. Junto a aquel fuego reposaba un muchacho joven. Las ropas que vestía le proporcionaban a duras penas el resguardo necesario para soportar aquella fría noche en el monte. Estaba tumbado de cara al fuego, usando su pequeño equipaje a modo de almohada, con la mirada fija en la crepitante luz.

Cualquiera que viera a aquel joven en ese momento pensaría que se trata de alguien que se ha perdido en el denso bosque y que intenta pasar de una manera más o menos cómoda la noche para intentar al día siguiente encontrar la salida del mismo y poder continuar así su camino. Pero nada más lejos de la realidad. Aquel joven había buscado aquel lugar de manera intencionada. Necesitaba un lugar apartado, donde ninguna otra persona pudiera ver lo que pretendía hacer. No, nadie entenderia lo que iba a suceder. La mayoría de la gente que conocía tacharía de brujería o de magia negra o cualquier cosa parecida lo que él iba a llevar a cabo. Y sin embargo era algo tan sencillo y a la vez maravilloso para él...

Una pequeña ráfaga de aire se coló entre los arboles del claro y le hizo estremecerse. Intentó en vano acurrucarse un poco más cerca del fuego. "Ya casi es la hora de todos modos...". Se incoroporó de manera pausada, recogiendo la manta sobre la que había estado tumbado y echándosela sobre los hombros. Se acercó al pequeño bulto que era su petate y rebuscó en él durante un buen rato, como si lo que necesitara de él no se encontrara en su interior. Cuando por fín lo encontró, una expresión de alivio se dibujó en su cara. Sacó sus manos del bulto. Oculto en ellas había algo que trataba con sumo cuidado, como si tuviera miedo de romperlo a la más mínima presión de sus dedos. Acercó su cara a sus manos y abrió levemente la cavidad que éstas formaban para examinar su interior. En ese momento una intensa luz escapó de entre sus dedos, una luz que por unos instantes iluminó todo el claro, elimando hasta la más nimia de las sombras.

"Pronto todo habrá acabado, no te preocupes" - se dijo a sí mismo. Tras estas palabras acercó sus manos a una bolsita que pendía de su cinto y, con mucho cuidado, depositó allí lo que sus manos contenían. Afianzó la bolsa al cinto y se dispuso a partir, dejando atrás el pequeño campamento en el que había descansado. Inició su marcha hacia el punto más alto de aquella colina. A pesar de lo denso que era aquel bosque y lo cerrada que era aquella noche, no tardó mucho en alcanzar la cima. El terreno allí era muy rocoso, tanto que ningún árbol había podido coronarlo, y a duras penas alguna que otra brizna de hierba. El viento soplaba con fuerza, libre de la resistencia de ninguna rama, helando poco a poco la cara descubierta del muchacho. Con paso firme avanzó sobre las rocas hasta llegar a la que coronaba la cima. Aquella gran roca, que apenas se levantaba medio metro por encima del resto, estaba cubierta por una gruesa capa de musgo, el cual hacía que pisar sobre ella le resultara cómodo.

Había llegado a su destino, poco quedaba ya por hacer. Alzó la cabeza escrutando el cielo. La noche aún reinaba los cielos, y las nubes cubrían por completo todo el firmamento casi hasta el horizonte, donde aún se podía apreciar el débil palpitar de alguna que otra estrella. "No esperaba que fuera a ser así. Ojalá la noche hubiera sido despejada y la luz de las estrellas hubieran podido ser testigos de lo que he de hacer, pero no hay tiempo, no puede ser demorado". Bajó la vista y las manos hacia la bolsa que colgaba de su cinto, deshizo el nudo del cordel que la unía a éste y, sosteniéndola con su mano izquierda, la alzó hasta que quedó a la altura de sus ojos. La escrutó durante unos instantes, inmóvil, como si pudiera ver a través de la gruesa tela de la bolsa y contemplar con claridad su contenido. Cerró los ojos y se acercó la bolsa al corazón. No quería hacerlo, pero sabía que no tenía más remedio. Cerró con más fuerza sus ojos, rogando para que todo aquello no fuera real, para que al abrirlos él no se encontrara allí, forzado a realizar algo que le apenaría de por vida. Las lágrimas empezaron a agolparse en la comisura de sus párpados, hasta que la primera de ellas brotó, recorriendo lentamente su mejilla para después caer libremente. Cuando esa pequeña gota de amargura tocó por fin el suelo, una fina lluvia empezó a caer.

Sentir las gotas de lluvia sobre su rostro le recordó dónde estaba. Abrió los ojos y separo de sí mismo la bolsa, sosteniéndola entre ambas manos. Lentamente se arrodilló y la depositó en el húmedo suelo. Habiendo liberado sus dos manos, aprovechó para abrir esta y sacar con cuidado, encerrándolo entre ellas, su contenido. De nuevo alzó sus manos, poniéndolas esta vez junto a sus mejillas, como si quisiera sentir en ellas el calor que pudiera desprender lo que sus dedos no dejaban escapar. “Te echaré de menos”. Otra lágrima recorrió el corto camino que eran sus mejillas. Alzó las manos al cielo, al igual que la cabeza, y en esa postura, abrió muy despacio la jaula que había creado con sus manos. Cuando separó el primero de sus dedos, la misma luz que había inundado aquella misma noche el claro donde había acampado, inundó aquel pico de tal manera que ni en el día más soleado había existido tanta claridad. Aún así, aquella luz no cegaba, no impedía mirar hacia su fuente, que se alzaba a pocos centímetros por encima de las manos ya abiertas. El muchacho retiró las manos para poder verla en toda su plenitud.

Allí estaba, frente a él seguramente por última vez. Cualquiera que la hubiera visto, la habría descrito de manera completamente distinta a cualquier otra persona, pues se presentaba de manera distinta ante los ojos de cada uno. Sólo había una cosa en la que todos coincidirían, y era la hermosura de aquella luz que irradiaba, que no dañaba a los ojos, sí no que calentaba el alma al contemplarla.


Continuará...

martes, 14 de abril de 2009

Mi reino por una sonrisa

Hoy es uno de esos días en los que te das cuenta que hay cosas que nos has sabido valorar lo suficiente, o que las has dado por supuestas o por fáciles, y no hay nada más lejos a la realidad. Hoy he valorado con muchísimo más respeto la labor de aquellos que tienen por oficio arrancarnos una sonrisa. Ellos consiguen con una aparente facilidad algo que hoy a mi me parece muy dificil conseguir, aunque no por ello cejaré en mi esfuerzo.


Hoy alguien a quien aprecio muchísimo, alguien muy importante para mi, necesita que la hagan olvidar sus preocupaciones, que la alejen de todo aquello que la agobia. Permiteme que intente hoy desde este recóndito blog, dibujar de nuevo una de tus maravillosas sonrisas en tu rostro. No sé si lo conseguiré, pero al menoso espero que pases un buen rato (¡y todo aquel pobre incauto que vea esta entrada!). De momento empizo con 5 videos que pululan por ahí.















Este último video es sólo un recordatorio...
Always you need me, I'll be there.





sábado, 4 de abril de 2009

Sólo palabras

Esta noche no tengo ganas de poner imágenes, ni de buscar música o videos que acompañen mis palabras. Simplemente quiero dar salida una vez más a lo que pasa por mi cabecita pensante, como mi buen amigo Buitrillo tiene la costumbre de llamarla.

Hoy mis pensamientos nadan en un mar de confusión, alimentados por mi necedad. Es tan fácil poner solución a las cosas, y nos gusta a veces tanto complicarlas... Quizás no sea una cuestión de gusto, ni de placer, ni siquiera de necesidad. Es posible que sea una custión de no tener más opciones, o de no verlas, o no querer verals, no estoy seguro. No, hoy no estoy seguro de nada. Lo más triste es que conocer un defecto, un fallo, no implica poder arreglarlo. Dice el refranero que querer es poder, pero hoy discrepo con todo mi corazón de eso.

De nuevo esta noche puedo comprobar que mi cerebro es un organo terrible y traicionero. No puedo escuchar una sola canción, una melodía, que no me evoque una imagen u otra que haga que las lágrimas broten de mis ojos. Hasta aquellas que siempre han sido un refugio para mi se vuelven sin remedio en mi contra. Quizás sea esto lo que necesite, limpiar un poco mi alma dándome cuenta de lo que yo mismo me niego.

Querría hacer tantas cosas, compartir tantos momentos... descubrir junto a ella un libro, leyéndoselo mientras ella esta tumbada tranquilamente, con su cabeza sobre mis piernas, hasta que Morfeo me la arrebatara, momento en que aprovecharía para verla descansar de forma plácida, acariciando su rostro, jugando suavemente con su pelo... Pasear a la luz de las estrellas hasta que nuestros pies no pudiesen dar un paso más, sentarnos y contemplar el firmamento en busca de estrellas fugaces a las que pedir deseos que jamás se harán realidad, pero que colmarán nuestros corazones; masajear sus cansados pies, mientras que nos contamos sueños, esperanzas y vivencias. Y sin embargo hoy siento esto mucho más imposible de lo que ya lo era. Hoy mi corazón siente un terrible pesar. No sé si he dado un paso en falso. Seguramente muchos. De alguna manera, la siento lejos, muy lejos de mí. Y eso me entristece sobremanera.

No sé cuánto podré dormir hoy, pero sé que mañana no se dibujará en mi rostro una sonrisa si no de una forma falsa y totalmente aparente, que mi mente estará distraida, que mi corazón estará en otra parte y no en mi trabajo.

miércoles, 1 de abril de 2009

Un día por toda la vida


¿Has pensado alguna vez que pasaría si la persona a la que amas no pudiera recordar quién eres cada día, si tuvieras que enamorarla cada despertar? Habrá quien piense en esa situación como un infierno en vida. Pero piensalo con tranquilidad... Cada día una nueva oportunidad para ver en sus ojos ese reflejo de magia, para que te bese por primera vez, para robarla el corazón y entregarle a cambio el tuyo. Un nuevo día implicaría sentir de nuevo los nervios agarrotar el estomago por intentar conquistarla, y volar mil mariposas al verla sonreir. Compartir cada nuevo día sería compartir cada día la experiencia de redescubrirse uno al otro.

Y sin embargo muchas veces hemos de dejar partir a quien amamos, muy a pesar nuestra. No se trata de una actitud de cobardía, ni siquiera de debilidad. Es seguramente la más dolorosa de las decisiones que hemos de tomar, pues somos conscientes de que dejamos atrás una gran parte de nosotros mismos. Unas veces lo hacemos pensado que es lo mejor para esa persona por la que sentimos veneración; otras porque creemos, erróneamente la mayoría, que es lo que más nos conviene a nosotros mismos, y el resto porque los demás nos han influenciado para que simplemente pensemos que es lo mejor para todos.

Por mi parte, soy de la opinión de que, aunque lo deseemos, aunque lo necesitemos, aunque nos lo pidan o imploren, aunque sea la única alternativa racional, no debemos alejarnos en la medida de lo posible de aquella persona a la que amamos. Al menos no si realmente la amamos. Porque en el fondo sabemos que nuestra felicidad depende de la de esa persona, por lo que siempre procuraremos estar ahí, para poder compartir con ella en la medida de lo posible los buenos momentos, pero sobre todo para estar junto a ella en los malos y evitarla todo el dolor que podamos.

Esta entrada va a ser corta. No me siento con ánimo de seguir plasmando lo que me dicta el cuerpo. Sólo voy a pedir una cosa a quien lea estas líneas - si alguien lo hace alguna vez: disfruta de la canción de fondo. Eso es todo.

Gracias por estar ahí.

Alex

sábado, 28 de marzo de 2009

¿Qué color prefieres?

Una de las preguntas más estúpidas que suelen hacernos desde que somos unos renacuajos es cuál es nuestro color favorito. ¿Azul? ¿Rojo? Pocas más opciones son a priori permitidas por los adultos que nos rodean, forzando una elección tendenciosa y sexista. "Me gusta el verde." ¿Cómo es eso posible? Pobre de aquel que no tuviera una excusa, aunque fuera mala, para justificar su elección. "Porque es más bonito."

Con la tecnología al alcance de la mano, es fácil encontrar mil explicaciones a lo que cada color significa, desde las más convencionales a las más rebuscadas. No deseo entrar a discutir cuál de ellas es la más acertada (¿será el rojo pasión o peligro? ¿el azul tranquilidad o tristeza?).

No, sólo quiero despertar en cada uno la curiosidad a la que quizás cuando eramos pequeños no fuimos capaces de dar la debida salida. ¿Cuál es tu color preferido? ¿Por qué? La elección del color puede tener mil justificaciones distintas, y ninguna de ellas tiene por qué ser mejor que las demás. Una simple cuestión de estética es más que suficiente; ese "porque es más bonito" puede ser totalmente válido si de verdad se piensa que es así. No voy a pedir una racionalización de los gustos, sólo sinceridad en la elección.

Para ser sinceros, sé que pido demasiado, y más teniendo en cuenta que yo mismo soy incapaz de escoger un color de entre todos.

Azul, rojo, amarillo, verde, naranja, violeta, malva, marrón, rosa, fucsia, lila, esmeralda, turquesa, ocre, púrpura, beige... La variedad es tan grande, que elegir uno de entre ellos es casi imposible. Cada uno posee una cualidad única, especial... ¿cuál seleccionar de entre todos?

Cada color puede, a demás, poseer un matiz tan sutil, tan leve, que lo haga completamente distinto. ¿Te gusta ese verde, o quizás ese que un poco más oscuro? ¿Y qué me dices de este ligeramente más azulado? ¿Y si es aún más claro?

No, no puedo elegir un color. No puedo decidir si prefiero los tonos rojos de una rosa, o los tonos anaranjados de un amanecer, el azul del cielo de un dia claro, el verde de las hojas... Hasta el negro de la oscura noche que hace que resalte más la luz de las estrellas.

Podría caer ahora con mucha facilidad en evocar una imagen que atormenta mi mente, describiendola poco a poco, viendo en cada una de sus partes uno de los colores, dejandome arrastrar por ella. Pero no es eso lo que busco. O quizás sí, y lo esté rehuyendo.

Hace tiempo ya, cuando estaba en el instituto, tuve la enorme fortuna de tener una de las que a mi juicio ha sido y siempre será mejores profesoras que he tenido el placer de conocer. Ella era por aquel entonces mi profesora de matemáticas. Más allá de sus cualidades como maestra, he de agradecerle especialmente la pasión con que nos enseñaba, dejando muchas veces de lado la materia propia de su asignatura y acercándonos una forma distinta de concebir la realidad. Su elección de las matemáticas como asignatura no fue casual ni aleatoria. Para ella, más allá de toda creencia religiosa o mística, había una serie de cosas que eran comunes en el universo y que, por tanto, debían de ser la base para cualquier forma de entendimiento entre cualquier cultura, ya sea terrestre o no. Según su concepción, y hasta donde yo por aquel entonces entendí, las matematicas, la música y los colores (en todo su espectro, incluido el que va más allá del visible) debían regir la comunicación en su sentido más amplio.

Supongamos como buena esta concepción del lenguaje. ¿Cómo elegir un color? Cada color estaría asociado a una palabra, o a una idea, una sensación, una emoción, o un objeto. No podría dar preferencia a uno por encima de otro, pues, como las propias palabras, unas se necesitan a las otras, se complementan, para formar un todo único y especial.

Y después de todo esto, ¿has decidido ya cuál es tu color?

Yo sí.

sábado, 21 de marzo de 2009

Y luego, la estrella explota, formando una nova...

Dicen que todo en este universo tiene un comienzo y un fin. Si bien el nacimiento de una estrella podría estar entre uno de los espectáculos más hermosos que el universo puede ofrecernos, tengo por seguro que su muerte lo es muchísimo más. Sobre todo cuando la muerte no significa de manera necesaria el fin...


Las estrellas, dependiendo de factores como su tamaño, densidad o composición, afrontan su fin de distintas maneras. Las estrellas están compuestas básicamente por hidrógeno, el cual sirve de combustible durante la mayor parte de la vida de una estrella. El hidrógeno se va convirtiendo progresivamente en He, el cual, dada su mayor densidad, se va acumulando en el núcleo de la estrella. Cuando la mayor parte del hidrógeno es consumido, la estrella comienza a colapsarse sobre su núcleo dado el aumento en la gravedad producido por la acumulación del helio, hasta que éste alcanza la temperatura suficiente como para que el helio sea ahora el nuevo combustible estelar. El helio a su vez se consume produciendo átomos más pesados, sobre todo carbono, que de nuevo se acumulan en el centro de la estrella.

Durante este proceso se crean también numerosos gases que se acumulan en la capa externa de la estrella. El sobrecalentamiento del núcleo cuando hay un cambio en el combustible del núcleo hace que los gases calientes tiendan a querer escapar de la gravedad de la estrella, aumentando el volumen total de la misma más de 100 veces y causando un cambio también en el color de la estrella a tonos más rojizos.

Cuando los elementos del núcleo son demasiado pesados, la gravedad del núcleo y su temperatura son tan grandes que los gases que conforman el caparazón de la estrella escapan a la misma prácticamente en incandescencia, creando una suerte de nebulosa con una pequeña y ultradensa estrella blanca en su centro. La belleza de este estadio de la estrella es tal que no hay palabras para describirla.

En esta etapa se forman los elementos más pesados en el núcleo estelar. La fusión de estos elementos no genera la misma cantidad de energía que los elementos predecesores lo cual, unido a la perdida de energía causada por la nube en constante expansión que antes fue la corteza externa, lo cual provoca un progresivo enfriamiento de la estrella, y, por consiguiente, el inicio de su final.


Cuando la temperatura es lo suficientemente baja, dos cosas pueden ocurrirle a la estrella: que muera definitivamente como una enana negra, o que su nucleo se colapse sobre sí mismo en una violenta explosión, lo que causará que la estrella emita durante un período de meses una intensa luz, a la par que mucho del material del núcleo sea expulsado del mismo. Esta explosión puede tener lugar repetidas veces, hasta que el núcleo de la estrella no tenga suficiente masa para colapsarse y muera o bien explote de manera definitiva.

Un caso especial de nova se produce cuando el tamaño de la estrella es especialmente grande, entre 10 y 100 veces el tamaño de nuestro Sol. En éste caso, cuando el carbono se transforma en hierro, dada la capacidad de éste para absorber mayores cantidades de energía, la estrella explota de una manera muchísimo más violenta que en el caso de una nova normal, sindo hasta 100 veces más luminosa que una nova. Una vez explosionada una supernova, peude comenzar a colapsarse en una pequeña bola de neutrones, llegando a formar una estrella de no más de unas decenas de kilometros de diámetro ultradensa en la que una porción de ella del tamaño de una taza de té pueda pesar cientos de toneladas terrestres.

Pero ¿por qué al comienzo de esta entrada dije que la muerte no implicaba el fín? Varias veces he explicado que la estrella arroja al Universo parte de sí misma como elementos más pesados que el helio o el hidrógeno. Durante la larguísima vida del Universo, estos materiales se reunen entorno a los restos de la estrella atrapados aún por la gravedad de ésta, o bien de alguna protoestrella cercana. Con el tiempo, esta materia en rotación alrededor de la estrella se unirá formando planetoides y más tarde quizás planetas, como el nuestro, e incluso, si el azar así lo decide, dando lugar incluso a la vida tal y como la conocemos. Así, la estrella realmente nunca muere, si no que se transforma en otros componentes del universo.


Y es por eso por lo que estoy plenamente convencido de una cosa: que cada uno, aunque sea en lo más profundo de su ser, lleva una estrella consigo.



lunes, 16 de marzo de 2009

Dando alas a los deseos...

Como ya escribí, días atrás pedí a algunas personas que formularan un deseo y lo plasmaran en unas pequeñas tiras de papel que, con unas pocas dobleces, se transformaron en unas pequeñas estrellitas de papel, pero sin explicarles qué pasaría luego con ellas.


Acercarles las estrellas para que puedan pedir su deseo era algo sencillo. Que fueran algo más que papel y pudieran encontrar su sitio en el cielo, algo más complicado. Así pues, ayudado por más estrellas, esta vez llenas de helio. Cuatro estrellas en la tierra colaboraron para tal fin, cada cual sujetando por dos puntas uno de los globos. Una vez preparadas, colocamos todas las estrellitas en una pequeña caja de papel para que su peso no fuera un problema y, tras sujetar la caja a las estrellas, las soltamos para que alcanzaran al aire, con la esperanza de que el viento las alzara hasta el firmamento.




Hoy, esta noche, hace 10 días que los deseos comenzaron su viaje hacia las estrellas. Nuestros deseos han estado viajando durante ese tiempo a más de un kilometro de altura, arrastradas muy muy lejos. La teoría dice que hoy comenzará su descenso, pero algo en lo profundo de mi corazón me dice que no es así, que aún tienen muchos kilometros que recorrer, y que, cuando comience su lento descenso, algo ocurrirá, algo que evitará que las estrellas toquen nunca el suelo.

Sin embargo, de entre todas las estrellas, hubo una que no viajó con las demás, una que permance retenida. En su interior hay algo más que palabras, algo más que un deseo. Es por eso que no está plasmado en ella, si no atrapado en el aire en su interior, como si del corazón de la propia estrella se tratara. Cada noche puedo observarla flotar en mi cuarto, llenandome de esperanza, sabiendo que vela mi sueño, consciente de que al despertar estará ahí, muda, pero sin necesidad de tener que pronunciar palabra alguna.

Para terminar, quiero agradecer a todos los que han participado el prestarse a esta especie de juego, haciendo de él con su presencia algo mágico. Muchísimas gracias a tod@s.


Alex.

viernes, 6 de marzo de 2009

Retomando el blog

Hace ya algún tiempo que no escribía nada. Esta noche siento que debo hacerlo, aunque no tengo muy claro lo que quiero escribir.

Quizás debiera dejarme embargar por la música y permitir que sea ésta la que se exprese. Esta noche me siento perdido, más de lo que yo mismo creía podía estar. Una amalgama de emociones me acosa sin cesar, y estoy buscando refugio en aquello que desencadena un caos mayor en mi interior.

Querría expresar alegría, o esperanza, pero no me siento capaz, no de momento. Y es ahora cuando la música se expresa mejor que uno mismo, cuando lo que otros ya cantaron en su día dice más de uno mismo de lo que cualquiera pudiera.



"Hola Oscuridad, mi vieja amiga,
he venido a hablar contigo otra vez.
Porque una visión arrastrándose suavemente
dejó su semillas mientras estaba durmiendo.
Y l avisión que fue plantada en mi cerebro
todavía permanece dentro de los sonidos del silencio...

...y en la luz desnuda ví
diez mil personas, quizás más,
gente hablando sin conversar,
gente oyendo sin escuchar,
gente escribiendo canciones que las voces jamás compartirán
y nadie osó molestar a los sonidos del silencio..."


Pero hasta el más profundo de los silencios se quiebra cuando una gota cae, cuando el más leve de los murmullos se produce, o cuando el más débil de los latidos golpea nuestro pecho.

Si hay algo que aún me sorprenda cuando escucho ciertas composiciones es el amplio abanico de recuerdos, emociones, sensaciones y sueños que una misma pieza puede ocasionar. En mi caso hay una a la que le tengo un especial apego, la sonata Claro de Luna de Beethoven, en su primer movimiento. Quizás por eso intento aprenderla (sin demasiado éxito), para poder interpretarla yo mismo y hacer que aquello que despierta en mi sea ocasionado por mi mismo y se cierre así un círculo. En mi caso comienza expresando un melancolía y una tristeza que van creciento pausadamente, hasta que llega un momento en que desbordan, y es en ese momento cuando el alma se tranquiliza, y poco a poco resurge de nuevo esa melancolía, esta vez más próxima y menos dolorosa.



Pero ¿cómo interpretar esa melancolía? ¿De dónde surge? No sé exactamente en qué se inspiraría él para componerla, pero sí que puedo imaginar en que situación me vendría a mi a la cabeza. Una noche despejada, de luna llena, en la que las estrellas ceden su posición de privilegio en la oscuridad. Su luz entra fuerte y clara por la ventana abierta, atrayendo mi atención. No puedo por menos que sentarme frente a la ventana y admirarla. Y ver en su perfil el rostro ausente, y suspirar por no poder notar a mi lado su presencia. Una pequeña nube se interpone ante su luz, y como si intentara apartar el pelo de su rostro, muevo la mano hacia ella.





Y sin embargo, hay otras canciones que dan un inusual calor a nuestro corazón, alimentando con cada nota nuestros sueños y esperanzas, haciendonos creer que aquello que anhelamos es posible, que lo que entre lágrimas aparece ante nuestros ojos puede ser lo que éste delante nuestra.

Cuando acabe de escribir estas líneas faltaran unas pocas horas para que la luna se muestre ante mi en todo su esplendor. En ese momento, abriré mi ventana, miraré hacia ella, cerraré los ojos y dejaré que la música revolotee por mi cabeza una vez más...


sábado, 14 de febrero de 2009

Una estrella, un deseo...


Hace poco he propuesto un pequeño juego a algunas personas. Para ellas aún es un misterio la finalidad del mismo, y quizás incluso les parezca un poco absurdo lo poco que de él conocen hasta ahora: simplemente formular un secreto y escribirlo en una tira de papel, un papel que poco a poco toma la forma de una pequeña estrella. Pero ¿qué ha de pasar con esa estrella? Es bien conocida la tradición de formular un deseo cuando tenemos la suerte de observar la belleza de una estrella fugaz en el firmamento. Por desgracia, no siempre podemos ver estrellas cuando nuestro corazón anhela formular ese deseo, o bien no sabemos que desear mientras contemplamos la estrella, y nuestra oportunidad se pasa, efímera como la estrella misma.

La pregunta más frecuente que me han hecho es ¿qué puedo desear? Lo entiendo. Todos tenemos muchos deseos que querríamos que se hicieran realidad, tanto para nosotros mismos como para los demás. ¿Desear algo para uno mismo? ¿O quizás ser menos egoista y desear algo que beneficie a los que te rodean? ¿O incluso llegar más allá y desear algo que sea bueno para todos en general?

No quería en absoluto condicionar el deseo de los demás. Nada más lejos de mi intención. ¡Es simplemente un juego! Sólo pretende permitir a algunas personas que puedan soñar con hacer realidad algo que deseen. Soñar y desear... Soñamos con aquello que deseamos, y deseamos aquello que soñamos.

He decidido ser participe de mi propio juego, apuntando en una de esas tiras un deseo, o quizás un sueño, o una mezcla de ambas. En cuanto termine esta entrada, anotaré mi deseo, compondré la estrella y la pondré junto a las demás estrellas.

Sólo espero que, una vez completado, nuestro corazón tenga un poquito más de esperanza en que aquello que deseamos se puede cumplir. Espero que pronto, os contaré cómo acaba este juego.


Para quien tenga la curiosidad de cómo hacer una pequeña estrella, dejo a continuación un video explictativo.

domingo, 25 de enero de 2009

Three Stars




Hace muchos, muchos años, cuando el mundo aún era joven, una leyenda pasaba de boca en boca entre los más sabios del lugar. La leyenda contaba que aun en las noches más oscuras, cuando la luz de las estrellas apenas era visible, había tres entre éstas que seguían brillando con intensidad, y es por eso por lo que los más sabios les atribuían mágicos poderes.

Un día, sin ningún motivo aparente, la luz de las tres estrellas desapareció. Nadie sabía que había pasado con ellas. Los sabios empezaron a divagar sobre su posible destino, mientras que los demás empezaron poco a poco a dejarse arrastrar por el pánico, pues ya no habría luz alguna en la que refugiarse por la noche, pues sus protectoras, aquellas que brillaban perennes en el firmamento, ya no estaban.

Tras muchas discusiones sobre dónde se encontraban ahora y extraños ritos para intentar recuperarlas, hasta los más sabios se dieron por vencidos y cayeron poco a poco en el miedo a no tener nunca más aquellas luces mágicas. Todos menos unos. En el momento de mayor desesperación, en la noche más oscura hasta la fecha, apareció andando, apoyándose en un largo cayado, encorvado por el peso de los años. Fue rápidamente reconocido por los sabios como aquel más sabio entre ellos, al que daban todos por muerto muchos años atrás.

No tardaron en reunirse junto a él para saber su opinión sobre lo sucedido. El anciano ermitaño observó con detenimiento la desesperación de la gente a su alrededor. Bajó la cabeza durante unos instantes y lentamente, sujetándose en su cayado, se sentó en el suelo. Alzó entonces la mirada hacia la reinante oscuridad del cielo y señalo con su vara el lugar donde se encontraran antes las tres luces.

- Allí, desde lo más profundo del firmamento, durante más noches de las que el hombre tiene memoria, tres estrellas han regido sin quererlo nuestra felicidad. Su magia recordaba al hombre que aun en los momentos más aciagos, siempre había alguien con quien podíamos contar. Pero ellas mismas, con el paso del tiempo, se habituaron tanto a su propia presencia que la magia para ellas desapareció. Así, de mutuo acuerdo, decidieron recorrer el firmamento cada una por su lado, hasta que llegado el día, la nostalgia por la presencia de las otras las reuniera de nuevo, esta vez para siempre, pues serían conscientes de lo que cada una significaba para las demás.


Y es así como las tres luces que iluminaban al hombre han dejado éste a su designio, para que él encuentre también aquello que ellas mismas perdieron. Nadie sabe dónde están ahora, ni cuándo ni cómo volverán a aparecer. Pero no nos han abandonado sin más. Deberéis encontrar vuestro propio rumbo, aprender por vuestra cuenta que no estáis tan solos como ahora pensáis. Y algún día, cuando la hora más aciaga se aproxime, cuando la desesperación comience de nuevo a invadir el mundo, no lo dudéis, ellas reaparecerán.

Las palabras del anciano fueron como jarras de agua fría entre los hombres. Muchos años costó que aprendieran a ver en sus iguales lo que antes encontraban sin esfuerzo en el cielo nocturno. Desde entonces, muchas cosas han cambiado, grandes males y mayores alegrías han acontecido, y la hora aciaga aún no ha llegado. Casi nadie recuerda ya la luces que un día alumbraron la noche, casi nadie eleva su mirada hacia el firmamento en su busca.

Y fue sobre esto sobre lo que el anciano les engañó al hablar, pues las luces no regresarían en hora aciaga, si no cuando su luz ya no fuera necesaria en la noche, pues el hombre la tendría ya en su interior. Fue ahí donde fueron las estrellas, al corazón de cada persona, para iluminar desde dentro la vida de todos en cada momento, hasta el momento en que existiera en todos por igual. Llegado ese momento, ellas mismas volverían entre los hombres, no como estrellas en el firmamento, si no como iguales entre nosotros sobre el mundo.

Desde entonces muchos afirman haber sido testigos de su presencia, pero no es si no ahora, en nuestro presente, cuando se encuentran entre nosotros, aunque muchos aún lo ignoran, pues pocos han sido de momento los afortunados en compartir su luz interior aún. Si tal fuera tu caso, no lo dudes, déjate llenar de su presencia y da rienda suelta a tu corazón, pues le transmitirás a los demás aquello que a llegado hasta ti.



Dedicado a las tres estrellas más brillantes del firmamento, en especial a Isa, por sus dos patitos.

Con todo mi cariño, Alex



lunes, 12 de enero de 2009

Yes, I belive...

Just want to post this video with its lyrics.
To you, that believed in me.






I used to think that I could not go on
And life was nothing but an awful song
But now I know the meaning of true love
I'm leaning on the everlasting arms

If I can see it, then I can do it
If I just believe it, there's nothing to it

I believe I can fly
I believe I can touch the sky
I think about it every night and day
Spread my wings and fly away
I believe I can soar
I see me running through that open door
I believe I can fly
I believe I can fly
I believe I can fly

See I was on the verge of breaking down
Sometimes silence can seem so loud
There are miracles in life I must achieve
But first I know it starts inside of me, oh

If I can see it, then I can do it
If I just believe it, there's nothing to it

I believe I can fly
I believe I can touch the sky
I think about it every night and day
Spread my wings and fly away
I believe I can soar
I see me running through that open door
I believe I can fly
I believe I can fly
I believe I can fly

Hey, cuz I believe in me, oh

If I can see it, then I can be it
If I just believe it, there's nothing to it

I believe I can fly
I believe I can touch the sky
I think about it every night and day
Spread my wings and fly away
I believe I can soar
I see me running through that open door
I believe I can fly
I believe I can fly
I believe I can fly

Hey, if I just spread my wings
I can fly
I can fly
I can fly, hey
If I just spread my wings
I can fly
Fly-eye-eye

lunes, 5 de enero de 2009

Time waits for nobody...



Esta noche he visto el trailer de una película que, sin duda alguna, iré a ver. No diré cuál es, ni cuál es su argumento. No viene al caso. Pero en los pocos segundos que ha durado ha hecho que derrame una pequeña lágrima al hacerme ver en cierto modo algo de lo que cada vez soy más consciente. El tiempo no espera por nadie. Puedo mirar atrás, reflexionar sobre lo que hice bien o mal e intentar no cometer los mismos errores otra vez. Pero eso no cambia un hecho, lo pasado no ha de volver. Podemos evocarlo, revivirlo, soñarlo, añorarlo... pero nada más allá de eso. Es en el presente donde he de fijar la mirada, en el ahora, y no en el mañana, como cabría esperar. Nada sé de lo que acontecerá en unos días, en unas horas, ni siquiera en unos segundos. Conjeturas que no han de confirmarse hasta que llega ese momento, sólo eso.

He de permitirme a mí mismo disfrutar del presente sin tener en cuenta mis espectativas, pues sólo son eso, planes, sueños, esperanzas. Han de guiar mi camino, pues son los que me forjarán como persona, pero he de ser consciente del paisaje que me rodea mientras ando esa senda.

Palabras vagas en una mente confundida por un caos de sentimientos. Pido perdón, no me hagáis caso. Os pido tan sólo que disfrutéis de la canción.