
Hace muchos, muchos años, cuando el mundo aún era joven, una leyenda pasaba de boca en boca entre los más sabios del lugar. La leyenda contaba que aun en las noches más oscuras, cuando la luz de las estrellas apenas era visible, había tres entre éstas que seguían brillando con intensidad, y es por eso por lo que los más sabios les atribuían mágicos poderes.
Un día, sin ningún motivo aparente, la luz de las tres estrellas desapareció. Nadie sabía que había pasado con ellas. Los sabios empezaron a divagar sobre su posible destino, mientras que los demás empezaron poco a poco a dejarse arrastrar por el pánico, pues ya no habría luz alguna en la que refugiarse por la noche, pues sus protectoras, aquellas que brillaban perennes en el firmamento, ya no estaban.
Tras muchas discusiones sobre dónde se encontraban ahora y extraños ritos para intentar recuperarlas, hasta los más sabios se dieron por vencidos y cayeron poco a poco en el miedo a no tener nunca más aquellas luces mágicas. Todos menos unos. En el momento de mayor desesperación, en la noche más oscura hasta la fecha, apareció andando, apoyándose en un largo cayado, encorvado por el peso de los años. Fue rápidamente reconocido por los sabios como aquel más sabio entre ellos, al que daban todos por muerto muchos años atrás.
No tardaron en reunirse junto a él para saber su opinión sobre lo sucedido. El anciano ermitaño observó con detenimiento la desesperación de la gente a su alrededor. Bajó la cabeza durante unos instantes y lentamente, sujetándose en su cayado, se sentó en el suelo. Alzó entonces la mirada hacia la reinante oscuridad del cielo y señalo con su vara el lugar donde se encontraran antes las tres luces.
- Allí, desde lo más profundo del firmamento, durante más noches de las que el hombre tiene memoria, tres estrellas han regido sin quererlo nuestra felicidad. Su magia recordaba al hombre que aun en los momentos más aciagos, siempre había alguien con quien podíamos contar. Pero ellas mismas, con el paso del tiempo, se habituaron tanto a su propia presencia que la magia para ellas desapareció. Así, de mutuo acuerdo, decidieron recorrer el firmamento cada una por su lado, hasta que llegado el día, la nostalgia por la presencia de las otras las reuniera de nuevo, esta vez para siempre, pues serían conscientes de lo que cada una significaba para las demás.
Y es así como las tres luces que iluminaban al hombre han dejado éste a su designio, para que él encuentre también aquello que ellas mismas perdieron. Nadie sabe dónde están ahora, ni cuándo ni cómo volverán a aparecer. Pero no nos han abandonado sin más. Deberéis encontrar vuestro propio rumbo, aprender por vuestra cuenta que no estáis tan solos como ahora pensáis. Y algún día, cuando la hora más aciaga se aproxime, cuando la desesperación comience de nuevo a invadir el mundo, no lo dudéis, ellas reaparecerán.
Las palabras del anciano fueron como jarras de agua fría entre los hombres. Muchos años costó que aprendieran a ver en sus iguales lo que antes encontraban sin esfuerzo en el cielo nocturno. Desde entonces, muchas cosas han cambiado, grandes males y mayores alegrías han acontecido, y la hora aciaga aún no ha llegado. Casi nadie recuerda ya la luces que un día alumbraron la noche, casi nadie eleva su mirada hacia el firmamento en su busca.
Y fue sobre esto sobre lo que el anciano les engañó al hablar, pues las luces no regresarían en hora aciaga, si no cuando su luz ya no fuera necesaria en la noche, pues el hombre la tendría ya en su interior. Fue ahí donde fueron las estrellas, al corazón de cada persona, para iluminar desde dentro la vida de todos en cada momento, hasta el momento en que existiera en todos por igual. Llegado ese momento, ellas mismas volverían entre los hombres, no como estrellas en el firmamento, si no como iguales entre nosotros sobre el mundo.
Desde entonces muchos afirman haber sido testigos de su presencia, pero no es si no ahora, en nuestro presente, cuando se encuentran entre nosotros, aunque muchos aún lo ignoran, pues pocos han sido de momento los afortunados en compartir su luz interior aún. Si tal fuera tu caso, no lo dudes, déjate llenar de su presencia y da rienda suelta a tu corazón, pues le transmitirás a los demás aquello que a llegado hasta ti.

Dedicado a las tres estrellas más brillantes del firmamento, en especial a Isa, por sus dos patitos.
Con todo mi cariño, Alex