... un extraño calor debía recorrer su cuerpo, y fue quizá esa creciente calidez la que le impulsaba a seguir ascendiendo hasta alcanzar el paraíso en el cielo. Pero ¿quién dice que cayó al mar y allí pereció? Todo lo que encontró su padre Dédalo fueron las alas medio deshechas en el agua, ni rastro del cuerpo de su hijo.

Hoy quiero pensar que la fábula no acabó tal y como nos la han contado. Prefiero pensar que Ícaro sí que alcanzó el cielo, se situó entre las estrellas, pudiendo contemplar las estrellas en todo su esplendor. Quizás una vez allí, siendo innecesarias ya sus alas, pues se encontraba ya bajo el amparo de celestiales criaturas, arrojó éstas al mar, donde las encontró más tarde su padre, induciéndolo a pensar en la muerte de su hijo.
Pero ¿qué vería Ícaro allí arriba? Descubriría seguramente que aquella a la que ama se encontraba ahí, más allá de las nubes que recorren el cielo, iluminando con su brillo la noche. Vería que la calidez de su rostro, la hermosura de su mirada, la sinceridad de su sonrisa eran más que suficientes para dar luz a mil mundos como aquel del que provenía.
Pero también vería que tras aquel rostro bañado en luz, una débil chispa de tristeza embargaba aquellos ojos que le habían seguido en su ascensión. Una lágrima contenida que heriría amargamente el corazón de Ícaro, pues éste querría a toda costa poder acabar con lo que provocara tal amargura. Y es probable que esa fuera y no otra la razón por la que prefirió arrojar las alas que le habían llevado hasta ese lugar, pues cayó enamorado ante humanidad que aquel ser maravilloso había demostrado y ya nada podría hacer que quisiera abandonar el lugar donde moraba su amor. Así su destino fue desde entonces perseguir el consuelo y la felicidad de aquella que era su amada, entregando su corazón sin reserva, pues sabía que si alguna vez lo conseguía, su vida habría sido plena.

Hoy quiero pensar que la fábula no acabó tal y como nos la han contado. Prefiero pensar que Ícaro sí que alcanzó el cielo, se situó entre las estrellas, pudiendo contemplar las estrellas en todo su esplendor. Quizás una vez allí, siendo innecesarias ya sus alas, pues se encontraba ya bajo el amparo de celestiales criaturas, arrojó éstas al mar, donde las encontró más tarde su padre, induciéndolo a pensar en la muerte de su hijo.
Pero ¿qué vería Ícaro allí arriba? Descubriría seguramente que aquella a la que ama se encontraba ahí, más allá de las nubes que recorren el cielo, iluminando con su brillo la noche. Vería que la calidez de su rostro, la hermosura de su mirada, la sinceridad de su sonrisa eran más que suficientes para dar luz a mil mundos como aquel del que provenía.
Pero también vería que tras aquel rostro bañado en luz, una débil chispa de tristeza embargaba aquellos ojos que le habían seguido en su ascensión. Una lágrima contenida que heriría amargamente el corazón de Ícaro, pues éste querría a toda costa poder acabar con lo que provocara tal amargura. Y es probable que esa fuera y no otra la razón por la que prefirió arrojar las alas que le habían llevado hasta ese lugar, pues cayó enamorado ante humanidad que aquel ser maravilloso había demostrado y ya nada podría hacer que quisiera abandonar el lugar donde moraba su amor. Así su destino fue desde entonces perseguir el consuelo y la felicidad de aquella que era su amada, entregando su corazón sin reserva, pues sabía que si alguna vez lo conseguía, su vida habría sido plena.

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.
Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.
Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
Con todo mi corazón,
Alex