
Sin embargo aún me queda una salida: soñar. Soñar despierto, soñar dormido, es igual, soñar. Puedo cerrar los párpados y ver con los ojos de mi recuerdos ese cielo estrellado que me hace volar sin alas. No tengo por qué herir a nadie, ni molestar. Un sueño, tan sólo eso. Rozar las estrellas con la mano, sentir su calor sin miedo a quemarme, mirarlas de frente sin temor a quedar cegado, compartir su universo como un invitado, aprender de ellas, hasta arder en el cielo como una más, bailando junto a ellas en una danza sin fin.
Es un sueño, una ilusión. Pero si soñamos las cosas con la suficiente fuerza, si creemos lo bastante en nuestras ilusiones, nada podrá impedir que se hagan realidad.
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