Bueno, aquí dejo la última parte del relato. He de ser sincero y he de decir que he cambiado el final drásticamente, pues en el final original me había desviado de la historia más de lo que yo quería hacia lugares que no debían visitarse. También he de decir que esta última parte es quizás un poco más larga que las anteriores, pues no quería postponer más el desenlace (cruzo los dedos para que no se os haga demasiado larga).
Espero sin embargo que la última parte os guste, aunque sea un poquito.
Muchas gracias a tod@s los que habéis leído este relato, y a tod@s los que lo habéis intentado al menos (aunque luego no os gustara) también.
Alex.
A penas una hora había transcurrido desde que partiera de la casa del doctor. Durante ese tiempo, su cabeza había estado completamente embotada por la cantidad y transcendencia de las cosas que le habían sucedido desde que, con el comienzo de la oscuridad de la noche, buscara reposo en aquella hondonada. Su paso, rápido y firme, le llevaba ahora hacia los distantes montes del norte, lugar que muchos considerarían poco apropiado para un joven labriego como él. Dos colinas más adelante de donde se encontraba comenzaba la linde del Gran Bosque, como era conocido en aquella comarca. La espesura del bosque allí no era muy notable, siendo para cualquier forastero poco más que el comienzo de un pinar quizás un poco más extenso de lo normal. Pero la verdad es que a medida que se avanzaba por sus lindes hacia los montes, se podía observar como el espacio entre los árboles se iba reduciendo, y en muchos lugares hasta ese espacio estaba ocupado por otras plantas y matorrales. Del corazón del mismo, muy pocos habían vuelto para contar cómo era. La idea de tener que viajar al lado del bosque le empezó a crear cierto temor y dudas sobre si debía o no continuar, por lo que creyó conveniente distraer su mente con otras cosas. Lo primero que se le ocurrió era preguntarse cómo iba a encontrar a ese hombre si nadie le podía indicar dónde se encontraba con exactitud, pues entre sus cualidades una de las que menos destacaba era la de encontrar cosas, y menos aún persona (quizás por aquella razón siempre había odiado jugar al escondite con los demás niños cuando era más pequeño). No le quedaba más remedio que confiar en que la suerte estaría de su lado y se toparía con él antes o después. Pero… ¿cómo iba a saber quién era si se lo encontraba? ¡No sabía qué aspecto tenía! Aquella reflexión le heló por un momento el corazón, hasta el punto en que detuvo por completo su paso. Se dirigía hacia lugares extraños en busca de alguien totalmente desconocido. Todo esto le estaba sobrepasando por momentos, así que resolvió tomar un descanso y tomar un poco del pan y el queso que le había dado tan amablemente el doctor. Después de todo, no había probado bocado desde que comiera al mediodía. Con el estomago ocupado, los agobios habían parecido mitigarse y reanudó su camino con el ánimo más alegre.
El fresco viento del norte había ido aumentando poco a poco a medida que había avanzado la noche, a la par que había traído consigo oscuras nubes que habían cubierto ya casi la totalidad del cielo, hasta el punto en que al tapar por completo la luna, no podía avanzar sin tropezarse una y otra vez con las piedras y raíces del camino. El doctor, al hacer su rápido petate, no había caído en la cuenta de añadir alguna suerte de lámpara, vela o antorcha con la que poder iluminar por donde andaba. Aprovechando un claro entre las nubes, buscó desesperadamente alguna rama más o menos gruesa a la que pudiera atarle un trozo de su camisa y algún hierbajo seco para hacer una antorcha con la que, al menos, poder buscar refugio y pasar lo que quedaba de noche para retomar el camino a la mañana siguiente, ya con la luz del nuevo día. Pero su búsqueda fue infructuosa. El claro entre las nubes fue tan fugaz como su idea de buscar una antorcha. En un gesto de hastío echó sus manos al cinto cuando notó la presencia de la bolsa que pendía de éste. Y si… ¡Por qué no! En un gesto rápido desató la bolsa del cinto y la sostuvo sobre su mano izquierda. Con un movimiento ágil deshizo el delicado nudo que hacía que esta se mantuviera cerrada y la abrió, dejando a sí libre su contenido. Rápidamente la claridad que aquel ser emitía inundó los alrededores, como si de un claro día de verano se tratara. Sabía que aquello que estaba haciendo era arriesgado, pues el médico le había dicho que nadie debía ver aquella luz, pero no le quedaba más remedio que hacerlo si quería seguir avanzando o buscar refugio. De todos modos, ¿quién iba a estar a aquellas intempestivas horas en aquel recóndito lugar tan lejos de la aldea? Aún estaba esta pregunta en su mente cuando percibió una silueta moverse entre los árboles del bosque. Giró la cabeza e intentó aguzar sus sentidos para intentar localizar e identificar aquella silueta, pero no lo consiguió. Con la vista aún clavada donde notara la misteriosa forma unos instantes antes, pudo oír cómo varias ramas crujían por el avance de algo un poco más atrás. El miedo volvía de nuevo a invadir poco a poco su cuerpo.
Muchas historias había oído desde muy niño sobre extraños seres y monstruos que habitaban aquel bosque, pero puesto que nadie nunca había podido capturar a ninguno, nunca les había dado demasiado crédito, y a medida que había ido creciendo, cada vez menos. Hasta ese mismo instante. Todo el miedo que no había sentido en aquellos años empezaba a recorrer y apoderarse de él. Empezó a apretar el paso, nunca sin dejar de mirar en la medida que el camino se lo permitía lo que iba dejando atrás, deseando que no viera nada detrás de él persiguiéndolo. Antes de que se diera cuenta, estaba corriendo lo más rápido que sus piernas le permitían. Pero, cuando el temor en su corazón no podía ser ya mayor, algo maravilloso sucedió. Un extraño calor empezó a subir desde la mano su mano izquierda. La luz a su alrededor empezó a aumentar aún más, hasta el punto en que los colores de los árboles y de la tierra parecían por igual de un blanco impoluto y ninguna sombra se dibujaba sobre ellos. Paró su carrera en seco, extrañado por la creciente sensación que ya había alcanzado su hombro y seguía abriéndose camino por el resto de su cuerpo. Los ruidos que le perseguían cedieron tan pronto como él paró, y aquello que los causara comenzó a alejarse, o al menos eso parecía por los nuevos ruidos cada vez más remotos. Cuando el calor llegó a su corazón, un susurro atravesó su mente. “No temas, pues mientras esté contigo, nada malo ha de pasarte, al igual que mientras estés conmigo, nada malo ha de pasarme a mí.” ¿De dónde provenía esa voz que se le había metido en la cabeza?¿Quién era quien así le hablaba? Por más que miró a uno y otro lado, nadie había junto a él para susurrarle. “No busques más, pues estoy aquí, delante de ti, sobre tu mano.” No, aquello no era posible, ¡era una luz no podía, no debía hablar! “Debemos continuar el camino, más adelante comprenderás. Pero ahora debemos continuar.” Aquello sí que sobrepasaba todo aquello que hubiera podido imaginar. Sabía desde el primer momento que aquel ser jamás le haría daño, no muy bien cómo pero lo sabía. Así, depositando toda su confianza en aquellas palabras, se decidió a retomar de nuevo la marcha, de nuevo todo lo rápido que su andar y el creciente cansancio le permitieron.
Las nubes empezaron a desaparecer rumbo al sur, dejando ver de nuevo el cielo nocturno. Gracias a esto pudo saber que llevaba prácticamente toda la noche andando y no debían quedar más de una o dos horas para que el sol apareciera por el horizonte, aunque teniendo en cuenta que él se desplazaba con el bosque a su derecha, pasarían un par de horas más hasta que pudiera calentarse a su luz. Los montes que antes se encontraban en la lejanía estaban ya delante de él. Nunca con anterioridad había estado tan cerca de ellos. Siempre le habían parecido montículos verdosos en la lejanía. Ahora, más cerca de ellos, podía apreciar incluso al contraste con el horizonte de la noche, que era la espesura del bosque que los cubría lo que les daba aquella tonalidad verdosa. El bosque que hasta ahora había bordeado comenzaba a dibujar su frontera hacia el oeste, marcando así el comienzo del primer monte. Paró unos instantes para sopesar qué camino debía tomar ahora, si seguir bordeando el bosque, o bien internarse a través de él hasta la cima del monte y poder ver lo que se extendía más allá de éste.
Ensimismado en esta cuestión no se percató de que alguien se había acercado hasta donde él estaba. “Buenas noches, jovencito” Sobresaltado, se giró quedando frente al hombre que le había saludado. “No temas, no te voy a hacer nada” – le dijo mientras una cálida sonrisa se dibujaba en sus labios. Ante él se encontraba un hombre ya entrado en años, que apoyaba sus pasos en un cayado grueso, aunque no parecía que le hiciera mucha falta esa ayuda. Los rasgos de aquel hombre le resultaban conocidos, aunque no sabía por qué. “Extraña luz esa que ilumina tu camino, jovencito, ¿qué es?” ¡La luz! ¡Había sido muy descuidado! El doctor le había avisado de que nadie debía verla si no quería meterse en problemas, y ahí se encontraba él, frente a aquel extraño, exhibiendo aquél ser en todo su esplendor. ¡Estúpido! El hombre se percató de la incomodidad del muchacho.
–Ja, ja, no te preocupes, muchacho, no voy a arrebatártela ni a tacharte de usar artes oscuras ni nada parecido. Es más, creo que sé yo más de esa luz que tú mismo.
–¿En serio? El doctor me dijo que debía ir hacia el norte, que sólo allí encontraría a alguien que me pudiera ayudar.
–¡Ah, el doctor! ¿Aún sigue por la aldea ese rufián? Me debe todavía unos cuantos favores, je, je. Quizás le vaya a visitar un día de estos, antes del solsticio, ya veremos…
–¿Le conocéis?
–¿Qué si le conozco? ¡Pues claro! ¿Quién te crees que le enseñó todo lo que sabe sobre la gente de tu aldea y los males que les suelen acuciar? Sólo los achaques de la viuda del panadero le habrían vuelto loco si no le hubiera puesto sobre aviso. – Una expresión de satisfacción y jocosidad llenó su rostro. – Y por supuesto que te conozco a ti, aunque hace muchos años que no te veía, sí, demasiados años seguramente. Y también sé lo que te ha traído hasta aquí. Lo supe en cuanto vi desde lo alto de aquel monte la luz que te acompaña recorriendo la linde del bosque en esta dirección. Por eso he bajado a tu encuentro.
–Entonces sois vos de quien me habló el doctor…
–¡Claro que soy yo! ¿Quién esperabas que fuera si no en un lugar como éste y a éstas horas? ¿Sabes qué es lo que llevas ahí? –dijo el viejo señalando con su bastón hacia su mano izquierda. Hasta ese momento no se había percatado de que continuaba con aquel ser en su mano. – No, claro que no lo sabes… En la escuela si es que llegaste a ir no os enseñan esas cosas, y los cuentos y leyendas de antaño ya se han perdido en el olvido. Nada es como era ya antes…–afirmó con una buena dosis de nostalgia en el tono de su voz. –Eso, muchacho, es algo maravilloso. ¿Ves aquél grupo de estrellas?
–¿La constelación de Draco?
–¡La constelación de Draco! ¡Paparruchas! Cuanto mal han hecho las fábulas de otras culturas. No, eso que tú llamas tan alegremente la constelación de Draco es mucho más que un cuento. Allí, entre aquellas estrellas moran los seres más maravillosos del universo. Viven allí, observando a los hombres en su deambular por el mundo, a la espera de que una pareja demuestre ser merecedor de ellas, y cuando es así, descienden hasta nuestro mundo y se funde con los dos para iluminar con su luz la vida de ambos. Por desgracia, no siempre aciertan en sus observaciones, y es en ese momento cuando la luz de las estrellas en el firmamento pierde un poco de su luz. Pero otras veces dan de pleno, y la luz que transmiten a los hombres se ve incrementada por la felicidad de estos, y puede volver a elevarse hasta el firmamento de donde procede, llevándose consigo parte del amor del que ella ha sido testigo, supliendo con creces la desaparición de una de sus compañeras. Es en esas ocasiones cuando las estrellas brillan con más fuerza en el firmamento, llegando en ocasiones a ser posible verlas incluso por el día.
–Pero si eso es cierto, ¿qué hace ella aquí?
–¿Aún no lo has entendido? Es lo que hay en tu corazón lo que ha hecho que ella descienda para compartirlo contigo, sin necesidad de nadie más. Tú y sólo tú eres la razón de que haya bajado hasta aquí para conocerte y poder llevarse algo de lo que late en tu interior consigo. Pero ella no puede sobrevivir aquí sin más, su luz acabaría perdiéndose con el pasar de los días o acabaría consumiendo tu propio corazón. Y eso es algo que no debe suceder. Has de ayudarla a regresar a su sitio.
–Entiendo…–y en ese instante, cuando fue consciente de que pronto debería decir adiós a aquella luz, un escalofrío y una sensación de amargura recorrió su cuerpo.
–Sé que no te va a resultar fácil, muchacho. A ella tampoco, te lo aseguro, pero ha de ser así. Debes encaminarte hacia el monte más alto cubierto por este bosque. Es en su cima donde todo ha de ocurrir.
–¿He de partir ya para allí?
–Me temo que sí, muchacho. Me gustaría decir que aún dispones de tiempo, pero no quiero engañarte. Has de llegar antes de que la próxima luna nueva pase. Si no lo haces, será demasiado tarde. Avanza por la noche todo lo que puedas y descansa por el día, así evitaras, al amparo de la luz de esta estrella en la tierra, que ningún ser os cause mal alguno. Ahora parte. Cuando acabes con tu cometido, seguramente me encuentres de nuevo.
El joven bajó la cabeza y contempló el ser que se posaba sobre su mano y, tras observarlo unos instantes, lo acercó contra su pecho, sintiendo de nuevo que su calor le invadía de nuevo. “Así lo haré”
Dos días habían pasado desde su encuentro con aquel hombre, y ahora se encontraba allí, con aquella luz que había colmado su ser ante él. De sus ojos comenzaron a brotar más lágrimas, a pesar de que no deseaba que nada empañara su vista. Un susurro le llegó junto al viento. “No sufras, pues si bien parte de ti se irá conmigo, no debes dudar que parte de mi se quedará contigo. Y algún día, quizás antes de lo que imaginas, volveré.” Sus lágrimas no podían distinguirse de la lluvia que caía sobre su rostro. “Lo sé.” No hacía falta añadir nada más. El muchacho cerró sus ojos y alzó al cielo sus manos juntas. Deseó con todo su corazón que la luz pudiera volver allí de donde procedía, permitiéndole a él viajar a su lado en cierto modo, pues una parte suya iría con ella. La luz empezó a elevarse lentamente sobre sus manos. Cuando se hallaba a cierta distancia de aquella cima, comenzó a brillar como nunca antes lo había hecho. La lluvia cesó de repente y las nubes que cubrían el cielo se dispersaron casi al mismo tiempo. Un cielo lleno de estrellas se mostraba ahora ante el joven, pero la luz sobre la cima impedía que pudiera fijarse en ninguna de ellas. “Hasta pronto…” Y dejando tras de sí una fina estela luminosa, la luz ascendió por el cielo con rapidez hacia la constelación de Draco. Cuando el muchacho creía que había desaparecido en la lejanía, algo que jamás olvidaría sucedió: todas y cada una de las estrellas de la constelación brillaron con más intensidad, dando forma a lo que seguramente vieron los sabios en la antigüedad.
Desde ese día, siempre que el muchacho sentía que su ánimo caía, le bastaba con mirar hacia el firmamento para que la esperanza de algo mejor colmara su alma y una calidez especial y única regresara a su corazón. Y aún hoy, en las noches más claras, se le puede veren lo alto de las lomas, apartado de la luz de la aldea, contemplando las estrellas mientras lágrimas de felicidad recorren su rostro.
Fin