martes, 19 de marzo de 2013

Bueno, tres años después (que se dice pronto, me he decidido a publicar algunas de las cosillas que tengo guardadas por ahí. Sé que esto lo leerá poca gente (o ninguna xD). pero es igual, ahí queda, por si algún día me da por releer todo lo que escribí en cada momento de mi vida (que no es mala idea para ver cómo he evolucionado, si lo piendo fríamente, jeje). Espero que los que lo leáis, lo disfrutéis.

Un saludete,
  Alex



El cálido sol se encontraba en lo más alto del cielo, regando con su luz toda la Savannah. El joven cachorro de león se encontraba dormido panza arriba a su cálida luz, con la tranquilidad que le daba saber que su madre no se hallaba lejos para cuidar de él en lo que fuera necesario. Así ronroneaba plácidamente, hasta que notó una molestia en su pequeño hocico. Sacudió levemente su naricilla intentando aliviarla, y al no dar resultado abrió lentamente uno de sus ojos para investigar lo que estaba sucediendo. ¿Qué era aquello que estaba viendo? Abrió ambos ojos de par en par y, bizqueando,  vio un pequeño ser con unas grandes alas de mil colores posado en la punta de su nariz. Su naturaleza depredadora y su curiosidad hicieron que se revolviera para intentar atrapar aquella mariposa, pero los movimientos erráticos de ésta en el aire hacían que el aún demasiado pequeño león no fuera capaz de atraparla. De todas maneras, el cachorro siguió a la mariposa en su afán cazador, disfrutando de aquel momento como si estuviera jugueteando con su madre.

Así continuó durante un buen rato, hasta que la mariposa se internó en un pequeño bosque y decidió alzar el vuelo y alejarse de las garras de su torpe perseguidor. El cachorro se sentó sobre sus cuartos traseros y observó la mariposa alejarse hasta que un ruidito emergió de su tripa... Con tanto ejercicio ¡le había entrado hambre! Pero ¿dónde se encontraba? Miró a su alrededor y no encontró nada que le resultara familiar. El ruido empezaba a ser un poco molesto, así que decidió encontrar algo que comer y luego volver junto a su mamá... Total, seguro que no estaría muy lejos.

Olfateó el aire tal y como le habían enseñado en busca de una presa, pero fue su oído lo que le señalo una posible fuente de comida. Un crepitar en la base de un árbol cercano indicaba la presencia de algún suculento manjar. Como le dijo su madre que debía hacer, se agazapó y avanzó sigilosamente hacia la fuente del ruido y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, saltó sobre su almuerzo. Apartó una de sus patitas para poder ver cuál había sido la recompensa de su buen hacer. Bajo ella se encontraba un pequeño roedor que temblaba sin parar. No es mucho, pensó, pero suficiente para saciar su hambre.

Y mientras abría su boca para engullirlo, un vocecita le dijo "¡No me coma, poderoso león, tengo una camada que alimentar, y si me come, todos mis retoños morirán!" Aquellas palabras hincharon el orgullo del joven cachorro, ¡alguien que veía en él un poderoso león! "Eztá bien, te perdonaré la vida, pezqueño roedor, pero la prózima vez no zeré tan bueno". Y con estas palabras soltó al ratoncillo, que se alejó rápidamente entre palabras de gratitud.

El cachorro comenzó a caminar con la cabeza bien alta y el pecho henchido de orgullo, regocijándose en su acción, hasta que el sonido de sus tripitas le volvió a recordar por qué había capturado aquel ratón. Debía encontrar un sustituto de aquel bocado que había dejado escapar. Y parecía que la suerte estaba de su parte. Un poco más adelante podía ver a un pajarillo tendido en el suelo que no paraba de piar. El pájaro movía frenéticamente una de sus alas, pero la otra daba la impresión de estar rota, pues cada vez que intentaba moverla el piar sonaba como un lamento. ¡Más fácil sería cazar su comida! Se acercó sin ocultarse al pájaro, consciente de que éste no podría huir aunque quisiera, y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, abrió de nuevo toda la boca para, esta vez sí, darse un festín. "¡No me coma, poderoso león, en aquella rama está mi nido, con mis huevos esperándome para que les de calor y proteja de las malvadas serpientes y pájaros de rapiña, y si me come no habrá nadie para protegerlos!", pió el pajaro. "¡Ezto debe zer una broma!", rugió el cachorrito. "Si me perdona la vida y me ayuda a llegar a la rama de la que caí, le estaré eternamente agradecido", replicó el pequeño ave.
El leoncito alzó la mirada y vio el nido. La rama sobre la que descansaba se encontraba nada más que a un salto de sus patitas, así que decidió coger con cuidado al pájaro en su boca, cogió un poco de impulso y, tras colgarse de la rama, dejó al pájaro junto a sus huevos. Y se marchó mientras oía piar con gratitud y alegría al que ya no sería su almuerzo.

Empezaba a estar cansado de aquella situación. Cada vez tenía más y más hambre. Y cuando lo daba todo por perdido, ¡allí estaba la solución a todos sus males! Frente a él se hallaba un conejito muerto hace no mucho, por el olor que desprendía. Esta vez no podría llorar por su vida, ¡merienda asegurada! Se acercó corriendo a por su presa y le pegó un bocado enorme, seguido de unos cuantos más. Le estaba sabiendo a gloria. "Pero, ¿qué tenemos aquí? ¡Un ladronzuelo se está comiendo nuestra merienda!" El leoncito se dio la vuelta y vio a dos hienas acercándose a donde él estaba. El miedo empezó a atenazar todo su cuerpo. Era incapaz de moverse, y aquellas hienas estaban cada vez más y más cerca, con constantes babas surgiendo de su boca. "No es mucho, pero más que una liebre para los dos..."

Y justo cuando estaban a punto de pegar el mordisco letal al cachorro, una lluvia de pequeños frutos y piedras empezó a caer sobre las hienas. "¡Pero qué demonios...!" Los proyectiles no dejaban de golpearlas por todas partes, resultando especialmente dolorosos los que impactaban en sus rostros. El leoncito no daba crédito a lo que estaba pasando. Hacía tan sólo un segundo estaba a punto de ser el alimento de aquellas dos hienas y ahora algo estaba arrojando cientos de cosas sobre ellas evitándolo, algo como ¡ratones! Decenas de ratones se encontraban sobre su cabeza arrojando de todo sin cesar. Aprovechando aquella inesperada circunstancia comenzó a correr huyendo de sus depredadores, pero estos, al darse cuenta de lo que pretendía, lo persiguieron a pesar de seguir siendo la diana de todo lo que caía.

Tras unos cuantos metros, lejos ya de la lluvia de frutos, las hienas dieron alcance al joven león y lo acorralaron contra una gran roca. "¿En serio pensabas que podrías huir de nosotros con esas patitas tan cortas?" El cachorro sabía que aquello era el fin, nada podía impedir ya que fuera devorado. Cerró los ojos a la espera del golpe final, esperando que fuera rápido y no le doliera. Pero en lugar de eso, oyó un rugido y sonido de pelea. Con temor abrió los ojos para comprobar cómo su madre se había abalanzado sobre las dos hienas, mordiendo fuertemente a una mientras golpeaba con sus fuertes garras a la otra. No podía creer lo que estaba pasando. Surgida de la nada, ¡su madre le había salvado la vida!

Las hienas consiguieron zafarse de la enfurecida madre, no sin llevarse grandes heridas de recuerdo. La leona se acercó a su cría y la examinó, comprobando que no había sufrido daño alguno. "¿Estás bien? Espero que todo esto te haya servido de lección...", dijo la leona. "Sí, mamá. Pero ¿cómo me has encontrado? ¿Cómo supiste que estaba en peligro?", preguntó el cachorro. "Tienes unos curiosos amiguitos...", replicó su madre, señalando con el hocico a un pajarillo que revoloteaba encima de ellos. "Ahora cuéntame todo lo que ha pasado".

Y con entusiasmo el cachorro relató todo lo que había pasado, desde que se despertara por la mariposa que se posó sobre su naricilla hasta que su madre la rescató de la muerte. Y la leona, en gratitud a las criaturas de aquel pequeño bosque que habían salvado la vida de su cachorro, prometió que ni ella ni ningún otro león cazaría a los habitantes de aquel lugar, si no a aquellos que lo intentaran.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Una cuestión de tiempo

¿Nunca te has preguntado qué pasaría si el tiempo no existiese? No, no me refiero a vivir por siempre ni a la eternidad ni nada por el estilo. Quiero decir simplemente eso, que el tiempo no existiese, que no hubiera pasado, presente ni futuro... Una vez me hablaron de una persona que vivía en ausencia del tiempo, o eso creían los demás. Esta es su historia.

Su nombre no es relevante, ni su procedencia tampoco. Baste decir que nació, creció y murió en lo que podríamos denominar país desarrollado. Su vida desde el punto de vista de los demás fue bastante peculiar: dada su peculiar naturaleza, no pudo asistir con los demás niños al colegio ni más tarde a la universidad, y la mayoría de los tutores que tuvo no supieron tratar bien con su forma de actuar ante las enseñanzas. Aún así, contra toda esperanza de sus familiares, el nivel intelectual del muchacho estaba muy por encima de los estudiantes más avanzados.

Cuando sus tutores lo creyeron oportuno, informaron a sus padres de que no podían enseñarle nada más, y tampoco podían hacer nada por remediar su situación, por lo que les aconsejaron que pusieran al joven a trabajar, con la intención de forzar un entorno más "sociabilizado" y dependiente del trasncurrir del tiempo e intentar fomentar una reacción en el muchacho que le permitiera así comprender y asimilar ese concepto. Todo esfuerzo fue en balde. Tras bailar entre todo tipo de empleos, hubo que renunciar a su capacidad laboral. Así, no quedó más remedio a su familia que acojerlo en casa, como un incapacitado total, un ente que podía desplazarse y valerse por sí mismo en algunas tareas, pero al que su entorno le era ajeno por rachas y al que dirigirse era poco menos que una loteria.

Y los años transcurrieron, y el joven ya no fue tan joven. La muerte de sus padres dejó un vacío en su tutela del cual todos procuraban escurrir el bulto, acabando sus huesos en un asilo, junto a gente mucho más mayor que él. Fue entre estas personas donde pareció reaccionar un poco más: la naturaleza de aquellas personas se asemejaba en parte a su ser: gente con gran cantidad de experiencias a sus hombros, que vivían a matacaballo entre sus recuerdos y el día a día. Los años siguieron transcurriendo, hasta que él fue un anciano más entre los más viejos. Hasta que un día, una última bocanada de aire abandonó su boca, y ni aquellos que compartieron sus últimos años derramaron una lágrima por él.

Quizás pueda parecer una historia triste, pero sólo para aquellos como nosotros atados al tiempo...



Sus recuerdos se entremezclaban sin orden. Su cabeza no era capaz de asimilar una forma de ordenarlos clara y concisa. Podía hablar, era consciente de los ruidos que salían de su boca, de que podía modularlos y formar sonidos que ya estaban en su memoria. Pero, ¿qué eran aquellos sonidos? ¿Para qué los necesitaba? No le preocupaba, no necesitaba hablar. Decidió que debía ordenar de alguna forma todo aquello que se agolpaba en su cabeza, pero no sabía muy bien como hacerlo... ¿Utilizando los nombres de las personas que aparecían en ellos? No, era una tontería, pues no sabía todos los nombres. Optó por deshechar aquellos que no le gustaban. ¿Qué sentido tiene ser consciente de esos recuerdos? Una de las imágenes que más le gustaba evocar era la de su madre, pero tenía un nuevo problema con ello: su madre tan pronto se le aparecía con la cara arrugada y el pelo cano como con la piel tersa y suave como la del melocotón y un hermoso pelo rojizo y ondulado, aunque, eso sí, siempre estaban ahí las pequitas de su nariz que tanta gracía le hacían.

Sin embargo, lo que más detestaba era cuando la gente intentaba enseñarle algo... ¿Es que acaso no se daban cuenta de que él ya sabía aquello que le intentaban enseñar? Siempre había sido consciente de que sabía lo que le estaban enseñando. Tenía el recuerdo de haber rellenado unos impresos que le ponían delante con preguntas absurdamente sencillas y de ver caras de asombro e incredulidad cuando los que fueran sus "tutores" los miraban perplejos ante la correción de las respuestas.

Pero había cosas que le desconcertaban. La más llamativa era que no entendía por qué en ocasiones su cuerpo estaba más desarrollado que en otras. Tan pronto media un metro ochenta como era incapaz de alcanzar el armario de la cocina. O tenía una barba bastante espesa como la cara llena de arrugas.

Había un recuerdo, de todas maneras, al que se aferraba cada vez que podía. Era el recuerdo de una mujer joven. Aquella joven aparecía en su vida en numerosas ocasiones, o al menos el tenía constancia de esos momentos... Momentos en los que ambos se agarraban de la mano y daban paseos hasta un parque cercano, donde se sentaban y ella, con una melodiosa voz le leía hermosas historias. Y aquel momento, sobre todo, en que ella le besó.

Sentía su cuerpo cansado y viejo. Sabía que era aquello, aunque le fuera un concepto difícil de asimilar. Todo el mundo en alguno u otro de sus recuerdos le hablaba de ello. Se acercaba su fín. Pero ¿qué era el fín? ¿Cuál había sido el principio? Durante unos instantes, cuando su corazón decidió dejar de latir, sólo un pensamiento ocupaba toda su mente... ¡qué afortunado había sido al disfrutar durante toda su vida de aquel cálido beso! Una sonrisa y una lágrima fueron los últimos vestigios de vida.



Dedicado a Isa, por el pequeño tirón de orejas de hace unas semanillas por tener olvidado esto. Muchísimas gracias,

Alex


P.D.: Sed buenos conmigo, que sé que no es una maravilla, pero ¡son las 4:00 am! No esperéis que mi cabezota de más de sí jejejeje

martes, 23 de junio de 2009

En la inmensidad del Universo...

Esta será una entrada breve, o eso creo jeje.

Como se puede ver en el lateral de este blog, aparece la "imagen del día" de la NASA. Normalmente suelen ser imágenes de cierto valor artístico y muchas veces de una belleza indescriptible. Pero la fotografía que he visto hoy me ha hecho reflexionar, un poquito al menos, sobre algunas cosas...


Ignoro lo que puede representar para los demás, pero sí que se la sensación que me produce a mí. Parafraseando la mítica película de Kubrik, el Universo "esta lleno de estrellas". Pero hasta en el Universo hay sitio para el vacío. Oh, sí, está claro que entre cada estrella hay una distancia abrumadora, pero desde una estrella en concreto, desde nuestra pequeña roca, vemos el Universo como un todo, plasmado en nuestra diminuta retina. Y encontrarnos con imágenes así no puede por menos que demostrarnos que, hasta aquello que a priori nos parece estar lleno, como son las estrellas en el firmamento en éste caso, tiene un hueco para el vacío y la oscuridad.

Se trata ésta de una de las zonas más frías del Universo, una nube de polvo de tal tamaño y densidad que impide de ninguna manera ver la luz de las estrellas que se encuentran detrás de ella.

Muchas veces, la vida es como mirar a las estrellas, hay zonas que te llenan y te motivan, otras que simplemente están ahí y no te dicen nada, y pasas tu mirada sobre ellas porque sabes que luego vendrán vistas mejores. Pero, de repente, topamos con zonas vacías, frías, completamente opacas, y no sabemos qué hacer. Muchas veces forzamos la vista, intentando apreciar algo, algún detalle que nos revele los secretos que se ocultan allí. Otras apartamos con rapidez la mirada por temor a lo desconocido. Y otras, sin embargo, nuestra mente se queda absorta en la oscuridad, sin tratar de ver más allá, pero incapaz de desviar la atención a otro punto. Observamos lo que la oscuridad nos ofrece, su quietud, su constancia, su misterio y la patente verdad que muestra y a la vez oculta.

¿Por qué tanta cháchara por esta foto? Bien, me encuentro en una etapa de mi vida no desconocida para mi, en la que el futuro se me presenta como un vacío, como una falta de certeza, pero a la vez con una seguridad abrumadora. Mi vida está rodeada de cientos, de miles de momentos que han ayudado de una u otra forma a forjarla tal y como ha sido y es. Y sin embargo, como si hubiera una cortina opaca delante, qué será de ella se me antoja algo vanal, abstraido por los acontecimientos que rodean mi vida actual. ¿Qué importancia tiene el futuro cuando no puedes comprender el presente?

Espero poder resolver pronto esta disquisición, poder apartar la vista de la nube de polvo y continuar viendo brillar el firmamento a mi alrededor...

jueves, 4 de junio de 2009

... y conclusión

Bueno, aquí dejo la última parte del relato. He de ser sincero y he de decir que he cambiado el final drásticamente, pues en el final original me había desviado de la historia más de lo que yo quería hacia lugares que no debían visitarse. También he de decir que esta última parte es quizás un poco más larga que las anteriores, pues no quería postponer más el desenlace (cruzo los dedos para que no se os haga demasiado larga).

Espero sin embargo que la última parte os guste, aunque sea un poquito.

Muchas gracias a tod@s los que habéis leído este relato, y a tod@s los que lo habéis intentado al menos (aunque luego no os gustara) también.

Alex.




A penas una hora había transcurrido desde que partiera de la casa del doctor. Durante ese tiempo, su cabeza había estado completamente embotada por la cantidad y transcendencia de las cosas que le habían sucedido desde que, con el comienzo de la oscuridad de la noche, buscara reposo en aquella hondonada. Su paso, rápido y firme, le llevaba ahora hacia los distantes montes del norte, lugar que muchos considerarían poco apropiado para un joven labriego como él. Dos colinas más adelante de donde se encontraba comenzaba la linde del Gran Bosque, como era conocido en aquella comarca. La espesura del bosque allí no era muy notable, siendo para cualquier forastero poco más que el comienzo de un pinar quizás un poco más extenso de lo normal. Pero la verdad es que a medida que se avanzaba por sus lindes hacia los montes, se podía observar como el espacio entre los árboles se iba reduciendo, y en muchos lugares hasta ese espacio estaba ocupado por otras plantas y matorrales. Del corazón del mismo, muy pocos habían vuelto para contar cómo era. La idea de tener que viajar al lado del bosque le empezó a crear cierto temor y dudas sobre si debía o no continuar, por lo que creyó conveniente distraer su mente con otras cosas. Lo primero que se le ocurrió era preguntarse cómo iba a encontrar a ese hombre si nadie le podía indicar dónde se encontraba con exactitud, pues entre sus cualidades una de las que menos destacaba era la de encontrar cosas, y menos aún persona (quizás por aquella razón siempre había odiado jugar al escondite con los demás niños cuando era más pequeño). No le quedaba más remedio que confiar en que la suerte estaría de su lado y se toparía con él antes o después. Pero… ¿cómo iba a saber quién era si se lo encontraba? ¡No sabía qué aspecto tenía! Aquella reflexión le heló por un momento el corazón, hasta el punto en que detuvo por completo su paso. Se dirigía hacia lugares extraños en busca de alguien totalmente desconocido. Todo esto le estaba sobrepasando por momentos, así que resolvió tomar un descanso y tomar un poco del pan y el queso que le había dado tan amablemente el doctor. Después de todo, no había probado bocado desde que comiera al mediodía. Con el estomago ocupado, los agobios habían parecido mitigarse y reanudó su camino con el ánimo más alegre.

El fresco viento del norte había ido aumentando poco a poco a medida que había avanzado la noche, a la par que había traído consigo oscuras nubes que habían cubierto ya casi la totalidad del cielo, hasta el punto en que al tapar por completo la luna, no podía avanzar sin tropezarse una y otra vez con las piedras y raíces del camino. El doctor, al hacer su rápido petate, no había caído en la cuenta de añadir alguna suerte de lámpara, vela o antorcha con la que poder iluminar por donde andaba. Aprovechando un claro entre las nubes, buscó desesperadamente alguna rama más o menos gruesa a la que pudiera atarle un trozo de su camisa y algún hierbajo seco para hacer una antorcha con la que, al menos, poder buscar refugio y pasar lo que quedaba de noche para retomar el camino a la mañana siguiente, ya con la luz del nuevo día. Pero su búsqueda fue infructuosa. El claro entre las nubes fue tan fugaz como su idea de buscar una antorcha. En un gesto de hastío echó sus manos al cinto cuando notó la presencia de la bolsa que pendía de éste. Y si… ¡Por qué no! En un gesto rápido desató la bolsa del cinto y la sostuvo sobre su mano izquierda. Con un movimiento ágil deshizo el delicado nudo que hacía que esta se mantuviera cerrada y la abrió, dejando a sí libre su contenido. Rápidamente la claridad que aquel ser emitía inundó los alrededores, como si de un claro día de verano se tratara. Sabía que aquello que estaba haciendo era arriesgado, pues el médico le había dicho que nadie debía ver aquella luz, pero no le quedaba más remedio que hacerlo si quería seguir avanzando o buscar refugio. De todos modos, ¿quién iba a estar a aquellas intempestivas horas en aquel recóndito lugar tan lejos de la aldea? Aún estaba esta pregunta en su mente cuando percibió una silueta moverse entre los árboles del bosque. Giró la cabeza e intentó aguzar sus sentidos para intentar localizar e identificar aquella silueta, pero no lo consiguió. Con la vista aún clavada donde notara la misteriosa forma unos instantes antes, pudo oír cómo varias ramas crujían por el avance de algo un poco más atrás. El miedo volvía de nuevo a invadir poco a poco su cuerpo.

Muchas historias había oído desde muy niño sobre extraños seres y monstruos que habitaban aquel bosque, pero puesto que nadie nunca había podido capturar a ninguno, nunca les había dado demasiado crédito, y a medida que había ido creciendo, cada vez menos. Hasta ese mismo instante. Todo el miedo que no había sentido en aquellos años empezaba a recorrer y apoderarse de él. Empezó a apretar el paso, nunca sin dejar de mirar en la medida que el camino se lo permitía lo que iba dejando atrás, deseando que no viera nada detrás de él persiguiéndolo. Antes de que se diera cuenta, estaba corriendo lo más rápido que sus piernas le permitían. Pero, cuando el temor en su corazón no podía ser ya mayor, algo maravilloso sucedió. Un extraño calor empezó a subir desde la mano su mano izquierda. La luz a su alrededor empezó a aumentar aún más, hasta el punto en que los colores de los árboles y de la tierra parecían por igual de un blanco impoluto y ninguna sombra se dibujaba sobre ellos. Paró su carrera en seco, extrañado por la creciente sensación que ya había alcanzado su hombro y seguía abriéndose camino por el resto de su cuerpo. Los ruidos que le perseguían cedieron tan pronto como él paró, y aquello que los causara comenzó a alejarse, o al menos eso parecía por los nuevos ruidos cada vez más remotos. Cuando el calor llegó a su corazón, un susurro atravesó su mente. “No temas, pues mientras esté contigo, nada malo ha de pasarte, al igual que mientras estés conmigo, nada malo ha de pasarme a mí.” ¿De dónde provenía esa voz que se le había metido en la cabeza?¿Quién era quien así le hablaba? Por más que miró a uno y otro lado, nadie había junto a él para susurrarle. “No busques más, pues estoy aquí, delante de ti, sobre tu mano.” No, aquello no era posible, ¡era una luz no podía, no debía hablar! “Debemos continuar el camino, más adelante comprenderás. Pero ahora debemos continuar.” Aquello sí que sobrepasaba todo aquello que hubiera podido imaginar. Sabía desde el primer momento que aquel ser jamás le haría daño, no muy bien cómo pero lo sabía. Así, depositando toda su confianza en aquellas palabras, se decidió a retomar de nuevo la marcha, de nuevo todo lo rápido que su andar y el creciente cansancio le permitieron.

Las nubes empezaron a desaparecer rumbo al sur, dejando ver de nuevo el cielo nocturno. Gracias a esto pudo saber que llevaba prácticamente toda la noche andando y no debían quedar más de una o dos horas para que el sol apareciera por el horizonte, aunque teniendo en cuenta que él se desplazaba con el bosque a su derecha, pasarían un par de horas más hasta que pudiera calentarse a su luz. Los montes que antes se encontraban en la lejanía estaban ya delante de él. Nunca con anterioridad había estado tan cerca de ellos. Siempre le habían parecido montículos verdosos en la lejanía. Ahora, más cerca de ellos, podía apreciar incluso al contraste con el horizonte de la noche, que era la espesura del bosque que los cubría lo que les daba aquella tonalidad verdosa. El bosque que hasta ahora había bordeado comenzaba a dibujar su frontera hacia el oeste, marcando así el comienzo del primer monte. Paró unos instantes para sopesar qué camino debía tomar ahora, si seguir bordeando el bosque, o bien internarse a través de él hasta la cima del monte y poder ver lo que se extendía más allá de éste.

Ensimismado en esta cuestión no se percató de que alguien se había acercado hasta donde él estaba. “Buenas noches, jovencito” Sobresaltado, se giró quedando frente al hombre que le había saludado. “No temas, no te voy a hacer nada” – le dijo mientras una cálida sonrisa se dibujaba en sus labios. Ante él se encontraba un hombre ya entrado en años, que apoyaba sus pasos en un cayado grueso, aunque no parecía que le hiciera mucha falta esa ayuda. Los rasgos de aquel hombre le resultaban conocidos, aunque no sabía por qué. “Extraña luz esa que ilumina tu camino, jovencito, ¿qué es?” ¡La luz! ¡Había sido muy descuidado! El doctor le había avisado de que nadie debía verla si no quería meterse en problemas, y ahí se encontraba él, frente a aquel extraño, exhibiendo aquél ser en todo su esplendor. ¡Estúpido! El hombre se percató de la incomodidad del muchacho.
–Ja, ja, no te preocupes, muchacho, no voy a arrebatártela ni a tacharte de usar artes oscuras ni nada parecido. Es más, creo que sé yo más de esa luz que tú mismo.
–¿En serio? El doctor me dijo que debía ir hacia el norte, que sólo allí encontraría a alguien que me pudiera ayudar.
–¡Ah, el doctor! ¿Aún sigue por la aldea ese rufián? Me debe todavía unos cuantos favores, je, je. Quizás le vaya a visitar un día de estos, antes del solsticio, ya veremos…
–¿Le conocéis?
–¿Qué si le conozco? ¡Pues claro! ¿Quién te crees que le enseñó todo lo que sabe sobre la gente de tu aldea y los males que les suelen acuciar? Sólo los achaques de la viuda del panadero le habrían vuelto loco si no le hubiera puesto sobre aviso. – Una expresión de satisfacción y jocosidad llenó su rostro. – Y por supuesto que te conozco a ti, aunque hace muchos años que no te veía, sí, demasiados años seguramente. Y también sé lo que te ha traído hasta aquí. Lo supe en cuanto vi desde lo alto de aquel monte la luz que te acompaña recorriendo la linde del bosque en esta dirección. Por eso he bajado a tu encuentro.
–Entonces sois vos de quien me habló el doctor…
–¡Claro que soy yo! ¿Quién esperabas que fuera si no en un lugar como éste y a éstas horas? ¿Sabes qué es lo que llevas ahí? –dijo el viejo señalando con su bastón hacia su mano izquierda. Hasta ese momento no se había percatado de que continuaba con aquel ser en su mano. – No, claro que no lo sabes… En la escuela si es que llegaste a ir no os enseñan esas cosas, y los cuentos y leyendas de antaño ya se han perdido en el olvido. Nada es como era ya antes…–afirmó con una buena dosis de nostalgia en el tono de su voz. –Eso, muchacho, es algo maravilloso. ¿Ves aquél grupo de estrellas?
–¿La constelación de Draco?
–¡La constelación de Draco! ¡Paparruchas! Cuanto mal han hecho las fábulas de otras culturas. No, eso que tú llamas tan alegremente la constelación de Draco es mucho más que un cuento. Allí, entre aquellas estrellas moran los seres más maravillosos del universo. Viven allí, observando a los hombres en su deambular por el mundo, a la espera de que una pareja demuestre ser merecedor de ellas, y cuando es así, descienden hasta nuestro mundo y se funde con los dos para iluminar con su luz la vida de ambos. Por desgracia, no siempre aciertan en sus observaciones, y es en ese momento cuando la luz de las estrellas en el firmamento pierde un poco de su luz. Pero otras veces dan de pleno, y la luz que transmiten a los hombres se ve incrementada por la felicidad de estos, y puede volver a elevarse hasta el firmamento de donde procede, llevándose consigo parte del amor del que ella ha sido testigo, supliendo con creces la desaparición de una de sus compañeras. Es en esas ocasiones cuando las estrellas brillan con más fuerza en el firmamento, llegando en ocasiones a ser posible verlas incluso por el día.
–Pero si eso es cierto, ¿qué hace ella aquí?
–¿Aún no lo has entendido? Es lo que hay en tu corazón lo que ha hecho que ella descienda para compartirlo contigo, sin necesidad de nadie más. Tú y sólo tú eres la razón de que haya bajado hasta aquí para conocerte y poder llevarse algo de lo que late en tu interior consigo. Pero ella no puede sobrevivir aquí sin más, su luz acabaría perdiéndose con el pasar de los días o acabaría consumiendo tu propio corazón. Y eso es algo que no debe suceder. Has de ayudarla a regresar a su sitio.
–Entiendo…–y en ese instante, cuando fue consciente de que pronto debería decir adiós a aquella luz, un escalofrío y una sensación de amargura recorrió su cuerpo.
–Sé que no te va a resultar fácil, muchacho. A ella tampoco, te lo aseguro, pero ha de ser así. Debes encaminarte hacia el monte más alto cubierto por este bosque. Es en su cima donde todo ha de ocurrir.
–¿He de partir ya para allí?
–Me temo que sí, muchacho. Me gustaría decir que aún dispones de tiempo, pero no quiero engañarte. Has de llegar antes de que la próxima luna nueva pase. Si no lo haces, será demasiado tarde. Avanza por la noche todo lo que puedas y descansa por el día, así evitaras, al amparo de la luz de esta estrella en la tierra, que ningún ser os cause mal alguno. Ahora parte. Cuando acabes con tu cometido, seguramente me encuentres de nuevo.
El joven bajó la cabeza y contempló el ser que se posaba sobre su mano y, tras observarlo unos instantes, lo acercó contra su pecho, sintiendo de nuevo que su calor le invadía de nuevo. “Así lo haré”

Dos días habían pasado desde su encuentro con aquel hombre, y ahora se encontraba allí, con aquella luz que había colmado su ser ante él. De sus ojos comenzaron a brotar más lágrimas, a pesar de que no deseaba que nada empañara su vista. Un susurro le llegó junto al viento. “No sufras, pues si bien parte de ti se irá conmigo, no debes dudar que parte de mi se quedará contigo. Y algún día, quizás antes de lo que imaginas, volveré.” Sus lágrimas no podían distinguirse de la lluvia que caía sobre su rostro. “Lo sé.” No hacía falta añadir nada más. El muchacho cerró sus ojos y alzó al cielo sus manos juntas. Deseó con todo su corazón que la luz pudiera volver allí de donde procedía, permitiéndole a él viajar a su lado en cierto modo, pues una parte suya iría con ella. La luz empezó a elevarse lentamente sobre sus manos. Cuando se hallaba a cierta distancia de aquella cima, comenzó a brillar como nunca antes lo había hecho. La lluvia cesó de repente y las nubes que cubrían el cielo se dispersaron casi al mismo tiempo. Un cielo lleno de estrellas se mostraba ahora ante el joven, pero la luz sobre la cima impedía que pudiera fijarse en ninguna de ellas. “Hasta pronto…” Y dejando tras de sí una fina estela luminosa, la luz ascendió por el cielo con rapidez hacia la constelación de Draco. Cuando el muchacho creía que había desaparecido en la lejanía, algo que jamás olvidaría sucedió: todas y cada una de las estrellas de la constelación brillaron con más intensidad, dando forma a lo que seguramente vieron los sabios en la antigüedad.

Desde ese día, siempre que el muchacho sentía que su ánimo caía, le bastaba con mirar hacia el firmamento para que la esperanza de algo mejor colmara su alma y una calidez especial y única regresara a su corazón. Y aún hoy, en las noches más claras, se le puede veren lo alto de las lomas, apartado de la luz de la aldea, contemplando las estrellas mientras lágrimas de felicidad recorren su rostro.


Fin

domingo, 31 de mayo de 2009

Capítulo tres

Bueno, a petición popular (jejeje) pongo la tercera parte del relato, que ya casi parece un cuento corto por su extensión xD

¡Sed buenos con el escritor, que no tiene culpa de nada!

Gracias por estar ahí y darme aliento para continuar. Siempre estaréis en mi corazón.

Alex






Pasó la siguiente hora totalmente absorto contemplando aquella luz, sin pensar en nada, sólo disfrutando de aquel instante en aquella hondonada, sin nadie que les molestara. Pero llegó el momento en que el presente volvió a su mente. Antes o después tendría que volver a casa, pero ¿qué pasaría con aquella luz? Quizás podría ocultarla en alguna lámpara, pero no sería apropiado para la luz. ¿Guardarla en una caja? ¡Sería como encarcelarla! No, debía encontrar una solución. Decidió que debía meditar más sobre qué hacer, y que desde luego, fuera cual fuera su decisión, no podría tomarla allí, así que buscó en su cinto por una bolsa en la que normalmente guardaba las pocas monedas que conseguía y que ahora mismo estaba vacía, la desenganchó y la abrió lo máximo que pudo, hasta casi romper su abertura. “Permíteme que te oculte aquí, hermosa luz, pues dudo mucho que nadie que te vea pueda por menos que huir atemorizada ante tu claridad en la noche, creyendo por error encontrarse ante un ser de la noche. Y hadas y duendes no están muy bien vistos, me temo.” Con toda la delicadeza de la que fue capaz, dejó caer a la fuente de la claridad en la bolsita, tras lo cual la cerró, pero no del todo, sólo lo suficiente como para que ningún brillo escapara y llamara de manera desafortunada la atención de nadie. “Espero que no te pase nada ahí dentro.” Aseguró la bolsa de nuevo al cinto y, sin nada más que recoger, emprendió el viaje de regreso al pueblo.

El camino era aún largo, y tendría mucho tiempo para pensar antes de llegar a su casa. ¿Qué podría hacer? En la aldea donde vivía era un sitio bastante sencillo. Carecía de escuela y qué decir de librería o algún otro lugar donde consultar. Quienes querían y podían estudiar debían desplazarse lejos, a la gran ciudad, a muchos kilómetros de allí, para intentar acceder a alguno de esos maravillosos lugares donde formaban a médicos, magistrados y otras personas de saber. No, la humildad de su familia no le podía costear algo así. Y en el fondo tampoco lo deseaba. Si bien la labor en el campo le resultaba tan dura como a cualquier otro, no le era desagradable. A demás, le permitía disfrutar de la claridad del campo en noches como aquella, y de la calmada soledad de los caminos que conducían a los montes y, más allá, a su pueblo. Si hubiera nacido con el don de la creatividad, seguramente habría sido un gran artista, en cualquiera de sus ramas, pero no fue así. Era un soñador, dotado de una gran imaginación que le permitía viajar más allá de los límites de las tierras que conocía, visitar otros reinos y vivir grandes aventuras que, por desgracia para él, jamás llegarían a hacerse realidad. Porque todo aquello que tenía de imaginación, él creía tenerlo también de realista, negándose a sí mismo una vida distinta de la que llevaba y de la que todo el mundo le decía que debía ser. Por esa razón, sólo se permitía soñar en aquellas noches, lejos de la realidad a la que estaba atado, lejos de cualquier vestigio de lo que era su vida.

La aldea era pequeña, demasiado quizás, pero aún así contaba con un médico, una persona muy sabia según había oído a sus mayores. Contaban que una vez curó a toda una comarca de un mal que adolecían todos los que en ella vivían, y que si no hubiera sido por su saber, seguramente todos ellos estarían muertos. No estaba seguro de qué es lo que hacía una persona con aquellos conocimientos en un pueblecito tan pequeño, pero agradecía que fuera de ese modo, pues gracias a él, su madre había conseguido sobrevivir al nacimiento de su pequeña hermana. Aún así, las malas lenguas y los envidiosos murmuraban que se había negado a asistir a un joven noble a curar su mal y que por aquella razón había sido expulsado de la gran ciudad. Sí, parecía buena idea preguntarle qué debía hacer con aquella luz.

Así, decidió poner rumbo a la casa del médico. Esta se encontraba a las afueras de la aldea, a poco más de un kilómetro de ella, en una pequeña colina desde la cual se podía contemplar toda la extensión del resto de las casas que la componían. Aligeró lo que pudo el paso, pues quería mostrarle cuanto antes la luz y así saber cuanto antes qué hacer. Tras poco más de media hora de zancadas, llegó a la ladera de la colina. Pudo ver que había luz en las ventanas de la casa, señal de que el médico se encontraba en casa y, por suerte, despierto. Resuelto, se dirigió a la entrada y golpeo tímidamente la puerta. El médico le imponía un gran respeto. Justo cuando se proponía llamar más fuerte a la puerta, ésta se abrió ante él y una figura de mediana estatura apareció ante él. Al estar a contraluz le costó un poco reconocerla, pero pronto se dio cuenta de que era a quien buscaba.

–¿Qué haces por aquí a estas horas? ¿Le ocurre algo a tu familia?
–No, señor, todos están bien. Es otra cosa…
– Hmmm, nada grave espero. Estás sudando, con éste viento. Pasa y siéntate junto al fogón, no querrás ponerte enfermo. – El médico cedió el paso al joven, que no dudó en hacer caso a las instrucciones del médico. – Y bien, ¿qué es lo que te trae hasta aquí entonces? – dijo el médico mientras cerraba la puerta.
–Veréis, doctor, sois la persona más culta que conozco, y pensé que quizás me podrías ayudar con algo que encontré esta noche. Pero quizás debieras apagar las luces para poder contemplarla mejor…
–Me intrigas. Te conozco desde que no levantabas poco más de medio metro del suelo y sé que no me tomarías el pelo. Está bien, veamos qué es lo que traes contigo.

El médico se acercó a las dos lámparas de aceite que iluminaban la habitación y bajó todo lo que pudo la llama del fogón sin permitir que ésta se apagara, tras lo cual se sentó enfrente del muchacho. “Bien, ya ésta, ¿qué es lo que tengo que ver?” El muchacho soltó de su cinto la bolsa y la depositó con cuidado sobre la mesa que había entre él y el médico, sujetó el cordón y deshizo el pobre nudo que la cerraba. Una débil luz empezó a escapar por entre los pliegues de la boca de la bolsa. “Pero qué…” El muchacho abrió del todo la bolsa, y la luz surgió ahora como una tromba imposible de parar, iluminando todo el techo que había sobre ella. Los ojos del médico estaban ya abiertos como platos, casi tanto como su boca. El joven terminó de abrir la bolsa y liberó en su totalidad a la luz. Toda la habitación disfrutaba ahora de la claridad que antes había inundado el claro en la hondonada. La fuente de la luz reposaba flotando a menos de un dedo por encima de la superficie vacía de la bolsa. El médico esta estupefacto, tardando unos instantes en reaccionar. Miró atónito al joven a la par que señalaba la luz. Intentó pronunciar unas palabras, pero no pudo más que emitir extraños gruñidos. Volvió su vista de nuevo a la centella sobre su mesa. Acercó su cabeza, intentado como hiciera antes el muchacho distinguir forma alguna, sin mayor éxito del que obtuvo antes el joven. Sacudió su cabeza mientras se llevaba las manos a la boca. Miró de nuevo al chico y se frotó los ojos, como si así pudiera aclarar su vista o eliminar algo que tuviera en ellos y que le hiciera ver lo que no podía ser. Pero al retirar sus dedos todo seguía igual.

–¿Qu-qué es esto que traes ante mi? ¿Qué artilugio o prodigio es éste?
–Lo encontré en la hondonada, en los campos del este, señor, bueno, de hecho, ella me encontró a mí mientras estaba allí tumbado. ¿Sabéis lo que es?
–¿Que si sé…? Hijo, es la primera vez que veo algo así. Es más, dudo mucho que nadie lo haya visto antes. Es algo extraordinario, es tan… brillante, y sin embargo no emite más calor del que pudiera parecer agradable a la piel más delicada. Es fantástico.
–Entonces ¿no me podéis ayudar? No sé qué debo hacer con ella.
–No, esto me supera, pero hay una persona que sabe más de estas cosas que yo. Tú le conoces, aunque es posible que no lo recuerdes. Eras demasiado joven cuando te topaste con él. Vive en los montes, al norte, o al menos eso dicen, aunque dudo mucho que nadie sepa indicarte exactamente dónde. Una cosa sí que te puedo decir, y es que no se la muestres a nadie en el pueblo, ni siquiera al consejo de sabios, pues la gente aquí es muy temerosa de este tipo de cosas, y es muy fácil que se deshagan de este prodigio y que tomaran represalias contra ti y tu familia. No, has de partir, y cuanto antes. Guarda la luz y ve a la cocina, yo buscaré mi petate para que puedas guardar ahí todo lo necesario.
–Pero mi familia… mi trabajo en el campo…– murmuró el joven mientras guardaba la luz de nuevo en la bolsa.
–No te preocupes por ellos, ya me encargaré yo de todo. Para ellos habrás partido para hacerme a mí un recado muy urgente e importante, ya me encargaré de que no tomen luego represalias contra ti. ¿Sabes si necesita algo para… comer o lo que sea que haga?
–Pues la verdad es que no. Tengo la vaga sensación de que sólo necesita cierta oscuridad para poder brillar, pero ignoro si necesita alimentarse.
–Bueno, supongo que lo averiguaras sobre la marcha. Toma aquí tienes el petate. He guardado en él una pequeña manta con la que podrás abrigarte y unas ropas limpias para que puedas cambiarte de vez en cuando. No te preocupes, sé que lo cuidarás lo mejor que puedas. Ahora coge de ese armario un par de longanizas, el trozo de queso que hay y una pieza de pan. Estará un poco duro, pero es lo único que puedo darte ahora mismo. Ten, guarda también esta bota. La he llenado con agua, no te hagas ilusiones, eres demasiado joven para disfrutar de la manera adecuada del vino. ¿Ya lo tienes todo? – El joven sólo pudo mover la cabeza de manera afirmativa – Bien, pues ha llegado la hora de que te vayas. Has de partir esta misma noche, no puedes esperar a que salga el sol. Recuerda, has de ir a los montes del norte. Dudo mucho que te encuentres con nadie de camino. Ten sobre todo cuidado cuando estés cerca de las lindes del bosque, ya sabes que hay bastantes animales salvajes morándolo, y no queremos que te encuentres con ellos.

El médico se dirigió hacia la puerta, abriéndola con presteza. “Parte ya, muchacho, vamos, no es hora de hacerse el remolón.” El muchacho aún no se creía lo que estaba pasando. Hacía poco más de media hora que había llegado a la casa del médico y ahora la abandonaba camino al norte, no a su casa, en una misión que aún no había terminado de comprender y con la sensación de que le faltaban cosas en su apresurado petate. Comenzó el descenso de la colina por su lado norte cuando oyó un quejido a su espalda “¡Ay, maldita butaca!” Y las luces de las lámparas volvieron a verse a través de las ventanas de la casa del médico.

Continuará...

martes, 26 de mayo de 2009

Segunda parte

Lo prometido es deuda. He aquí la segunda parte del relato que puse hace unos días. Espero que os guste,

Alex




Fue hace no mucho cuando aquel muchacho encontró aquél fantástico ser, si es que de un ser se trataba. Se encontraba de camino a su hogar tras una dura jornada de trabajo en el campo. La noche comenzaba a asomar oscureciendo ya gran parte del cielo cuando aún se encontraba lejos de su casa. Sólo él se encontraba en aquel camino cuando decidió hacer un descanso y, aprovechando que al día siguiente no tendría que volver a la labor, disfrutar de la belleza que las noches de verano de aquel lugar ofrecían. Con tal fin se alejó del camino y se tumbó bajo un árbol a descansar. La luna brilla creciente en el cielo, pudiendo apreciarse su parcial esplendor reflejado en unas pequeñas lagunas que había a lo largo del campo. La visión de aquella maravilla siempre le relajaba. Sus ojos empezaban a cerrarse. De pronto, continuas ondulaciones empezaron a formarse en el agua. Un frío viento del norte se estaba levantando. Las ropas sudadas durante todo el día eran livianas y a duras penas le protegían de aquel frescor que comenzaba a levantarse, así que decidió buscar un sitio un poco más resguardado para descansar.

No muy lejos de donde se encontraba existía una pequeña hondonada rodeada de árboles no muy altos, lo suficiente como para cortar el viento y permitir usar aquel espacio como refugio, pero no impedir contemplar el firmamento tal y como él deseaba. La tierra estaba cubierta por un espeso manto de hierba, por lo que al recostarse sobre el suelo notó una placentera comodidad. Con la cabeza apoyada sobre sus manos, volvió su vista hacia las estrellas. La cantidad de puntos brillantes en la oscuridad de la noche era ahora mayor, pudiéndose apreciar con gran facilidad las distintas constelaciones de aquel mes veraniego, si bien su atención se centraba siempre en una de ellas. Trece estrellas formaban el cuerpo de ésta, si bien muchas estrellas menores estaban encerradas en la imagen formada siglos atrás por los antiguos sabios, trece estrellas que conformaban la constelación de Draco. No había una explicación lógica para aquella predilección. No era ni la más brillante, ni la más hermosa de entre todas. Simplemente había algo en la mitología de su creación que le atraía. En ella, el dragón Ladón era el guardián del jardín de las Hespérides, donde encontró muerte a manos de Hércules cuando este fue allí a robar el fruto del árbol de Gaia. Hera, sintiendo la gran pérdida de su fiel guardián envió el cuerpo de éste al cielo, alrededor del polo norte. Desde entonces, todos los dragones del mundo, desean poder seguir el ejemplo de Ladón y ganarse el favor de los dioses para que éstos les concedan un lugar junto a él entre las estrellas. Era este sueño, esta esperanza de un bien superior posterior, lo que le animaba y permitía seguir con el cotidiano día a día.

Con esa imagen en la cabeza se le entrecerraron los ojos, cayendo en un leve letargo. Sueños de fantasía y seres mitológicos se cruzaban por su mente cuando súbitamente se despertó. No fue un sobresalto, simplemente abrió los ojos y tomó conciencia de nuevo de quién era y dónde estaba. Suspiró de manera profunda por el pasajero sentimiento de pena que atravesó su corazón y volvió de nuevo su vista hacia las estrellas. Pero… algo era distinto. Había una luz que no le era familiar entre las estrellas de Draco, y no sólo eso… ¡Se movía! Aquella pequeña luz se movía por entre sus congéneres de manera lenta y aleatoria, sin seguir un rumbo fijo, como si de un copo de nieve que cayera lentamente se tratara. Y como tal fue acercándose más y más hasta donde él estaba.

No podía salir de su asombro al ver lo que estaba sucediendo. Aquella luz estaba cada vez más cerca, pero no aumentaba su tamaño, ni su luz se hacía tampoco más intensa. No pudo menos que incorporarse, como si con ello consiguiera una mejor posición para observarlo todo. Frotó con energía sus ojos, intentando borrar de ellos lo que no podía por menos pensar era un espejismo. La luz estaba ya cerca. Alzó sus manos hacia la luz para recogerla en su caída. Poco antes de que se posara en ellas, notó el tibio calor que ésta despedía. Con ella ya sobre sus palmas, bajo sus manos hasta la altura de sus ojos para contemplar aquel fenómeno. Instintivamente cerró los ojos, pensando que se quemarían ante una luz cegadora como sería la propia de una estrella, pero abrió los párpados un poco y pudo comprobar que nada más lejos de la realidad. La luz que emitía, si bien tremendamente clara, no era en absoluto molesta, y menos aún dolorosa. Intentó apreciar alguna forma o contorno, tratando de discernir que era aquello que estaba entre sus manos. No fue capaz, por mucho que forzó su vista, de ver silueta alguna, ni el más mínimo resquicio.

Sin embargo, algo le impulsó a acercar la luz a su corazón, contra su pecho. Y fue en ese mismo instante cuando conoció la verdadera naturaleza de aquella luz, cuando el tibio calor que sentía en sus manos se transformó en una ardiente pasión en su corazón. La luz desapareció dentro él, haciendo que hasta la última célula de su cuerpo despidiera ahora ese calor. Su cuerpo empezó a emitir un leve destello, como si aquella luz y él mismo fueran ahora un único ser. Y en parte así era. Envuelto en aquella nueva sensación, no pudo más que dejarse llevar, cerró sus ojos y echó su cabeza hacia atrás, intentando sentir de la forma más completa lo que le estaba pasando, apartando el resto de sus sentidos del mundo que le rodeaba. Aquello no duró más que unos segundos, pero para él fue toda una vida. Exhaló el aire que aún contenían sus pulmones, momento en el cual la luz volvió a aparecer por su pecho, si bien la sensación de calidez no le abandonó. Abrió los ojos y contempló de nuevo la luz, que estaba deslizándose lentamente hacia el suelo. La recogió entre sus manos otra vez. Su luz ahora no era tan intensa, pero aún así le seguía resultando imposible distinguir forma alguna. Aunque ya eso daba igual.

Continuará...

miércoles, 20 de mayo de 2009

Sin título

Hace ya poco más de un mes de la última entrada en este blog. La dejadez tiene su explicación, aunque no es este el momento para explicarla.

Esta noche he querido retomarlo publicando lo que podría denominarse como la primera parte de una historia, un relato corto, no sé si inacabado aún, aunque no pongo hoy todo lo que escribí del mismo. Espero que quienes lo leáis, lo disfrutéis.

Gracias por vuestra paciencia,

Alex




La noche era oscura, y no sólo por la luna nueva. Densas nubes cubrían casi por completo el cielo nocturno, no dejando ver más que la luz de alguna que otra estrella. El frío viento del norte no era más que otra señal del crudo invierno que se avecinaba. Nada se podía ver en el horizonte desde la más alta de las colinas del lugar, nada salvo una pequeña luz que se escapaba a la densidad de los bosques que cubrían aquel deshabitado paraje. Aquella luz provenía de una pequeña hoguera hecha en uno de los pocos claros que se podían encontrar en el bosque. Alimentada por pequeñas ramas amontonadas de manera un tanto precaria, aún seguiría dando luz y algo de calor durante un par de horas más, lo justo para que la luz del nuevo día empezara a abrirse paso en el horizonte. Junto a aquel fuego reposaba un muchacho joven. Las ropas que vestía le proporcionaban a duras penas el resguardo necesario para soportar aquella fría noche en el monte. Estaba tumbado de cara al fuego, usando su pequeño equipaje a modo de almohada, con la mirada fija en la crepitante luz.

Cualquiera que viera a aquel joven en ese momento pensaría que se trata de alguien que se ha perdido en el denso bosque y que intenta pasar de una manera más o menos cómoda la noche para intentar al día siguiente encontrar la salida del mismo y poder continuar así su camino. Pero nada más lejos de la realidad. Aquel joven había buscado aquel lugar de manera intencionada. Necesitaba un lugar apartado, donde ninguna otra persona pudiera ver lo que pretendía hacer. No, nadie entenderia lo que iba a suceder. La mayoría de la gente que conocía tacharía de brujería o de magia negra o cualquier cosa parecida lo que él iba a llevar a cabo. Y sin embargo era algo tan sencillo y a la vez maravilloso para él...

Una pequeña ráfaga de aire se coló entre los arboles del claro y le hizo estremecerse. Intentó en vano acurrucarse un poco más cerca del fuego. "Ya casi es la hora de todos modos...". Se incoroporó de manera pausada, recogiendo la manta sobre la que había estado tumbado y echándosela sobre los hombros. Se acercó al pequeño bulto que era su petate y rebuscó en él durante un buen rato, como si lo que necesitara de él no se encontrara en su interior. Cuando por fín lo encontró, una expresión de alivio se dibujó en su cara. Sacó sus manos del bulto. Oculto en ellas había algo que trataba con sumo cuidado, como si tuviera miedo de romperlo a la más mínima presión de sus dedos. Acercó su cara a sus manos y abrió levemente la cavidad que éstas formaban para examinar su interior. En ese momento una intensa luz escapó de entre sus dedos, una luz que por unos instantes iluminó todo el claro, elimando hasta la más nimia de las sombras.

"Pronto todo habrá acabado, no te preocupes" - se dijo a sí mismo. Tras estas palabras acercó sus manos a una bolsita que pendía de su cinto y, con mucho cuidado, depositó allí lo que sus manos contenían. Afianzó la bolsa al cinto y se dispuso a partir, dejando atrás el pequeño campamento en el que había descansado. Inició su marcha hacia el punto más alto de aquella colina. A pesar de lo denso que era aquel bosque y lo cerrada que era aquella noche, no tardó mucho en alcanzar la cima. El terreno allí era muy rocoso, tanto que ningún árbol había podido coronarlo, y a duras penas alguna que otra brizna de hierba. El viento soplaba con fuerza, libre de la resistencia de ninguna rama, helando poco a poco la cara descubierta del muchacho. Con paso firme avanzó sobre las rocas hasta llegar a la que coronaba la cima. Aquella gran roca, que apenas se levantaba medio metro por encima del resto, estaba cubierta por una gruesa capa de musgo, el cual hacía que pisar sobre ella le resultara cómodo.

Había llegado a su destino, poco quedaba ya por hacer. Alzó la cabeza escrutando el cielo. La noche aún reinaba los cielos, y las nubes cubrían por completo todo el firmamento casi hasta el horizonte, donde aún se podía apreciar el débil palpitar de alguna que otra estrella. "No esperaba que fuera a ser así. Ojalá la noche hubiera sido despejada y la luz de las estrellas hubieran podido ser testigos de lo que he de hacer, pero no hay tiempo, no puede ser demorado". Bajó la vista y las manos hacia la bolsa que colgaba de su cinto, deshizo el nudo del cordel que la unía a éste y, sosteniéndola con su mano izquierda, la alzó hasta que quedó a la altura de sus ojos. La escrutó durante unos instantes, inmóvil, como si pudiera ver a través de la gruesa tela de la bolsa y contemplar con claridad su contenido. Cerró los ojos y se acercó la bolsa al corazón. No quería hacerlo, pero sabía que no tenía más remedio. Cerró con más fuerza sus ojos, rogando para que todo aquello no fuera real, para que al abrirlos él no se encontrara allí, forzado a realizar algo que le apenaría de por vida. Las lágrimas empezaron a agolparse en la comisura de sus párpados, hasta que la primera de ellas brotó, recorriendo lentamente su mejilla para después caer libremente. Cuando esa pequeña gota de amargura tocó por fin el suelo, una fina lluvia empezó a caer.

Sentir las gotas de lluvia sobre su rostro le recordó dónde estaba. Abrió los ojos y separo de sí mismo la bolsa, sosteniéndola entre ambas manos. Lentamente se arrodilló y la depositó en el húmedo suelo. Habiendo liberado sus dos manos, aprovechó para abrir esta y sacar con cuidado, encerrándolo entre ellas, su contenido. De nuevo alzó sus manos, poniéndolas esta vez junto a sus mejillas, como si quisiera sentir en ellas el calor que pudiera desprender lo que sus dedos no dejaban escapar. “Te echaré de menos”. Otra lágrima recorrió el corto camino que eran sus mejillas. Alzó las manos al cielo, al igual que la cabeza, y en esa postura, abrió muy despacio la jaula que había creado con sus manos. Cuando separó el primero de sus dedos, la misma luz que había inundado aquella misma noche el claro donde había acampado, inundó aquel pico de tal manera que ni en el día más soleado había existido tanta claridad. Aún así, aquella luz no cegaba, no impedía mirar hacia su fuente, que se alzaba a pocos centímetros por encima de las manos ya abiertas. El muchacho retiró las manos para poder verla en toda su plenitud.

Allí estaba, frente a él seguramente por última vez. Cualquiera que la hubiera visto, la habría descrito de manera completamente distinta a cualquier otra persona, pues se presentaba de manera distinta ante los ojos de cada uno. Sólo había una cosa en la que todos coincidirían, y era la hermosura de aquella luz que irradiaba, que no dañaba a los ojos, sí no que calentaba el alma al contemplarla.


Continuará...